En lugar de que la vida salga al encuentro, como en la novela de J.L. Martín Vigil, es el aborto lo que sale ahora al encuentro del Partido Demócrata en Estados Unidos. Esta vez, afortunadamente, no es para unirlos sino para dividirlos al hilo del fiasco del proyecto de ley sobre la salud. Hablamos de ese nuevo mamotreto de casi dos mil páginas que Nancy Pelosi logró aprobar por los pelos en la Cámara de Representantes hace una semana; un proyecto que sólo pudo sacar adelante tras verse obligada a incluir una enmienda clave propuesta por el congresista Bart Stupak, de Michigan, que impide que el plan de atención médica cubra abortos con dinero público.
El hecho de que Stupak fuera demócrata y que contara con el apoyo de otros cuarenta congresistas de su partido opuestos al aborto obligó a Pelosi y a su partido a tener que aceptar a regañadientes esa prohibición del aborto a fin de poder aprobar el proyecto de ley en dicha cámara. La perniciosa obsesión progre de fomentar y apoyar el aborto sale ahora al encuentro de un Partido Demócrata cada vez más dividido y radicalizado hacia la izquierda. Así, el precedente creado por esta enmienda Stupak es una buena noticia que pone provisionalmente contra las cuerdas al entramado pro-abortista norteamericano. Además, constituye una importante batalla ganada a favor de la vida y una dura piedra en el camino de cara a la posibilidad de que la mal llamada "reforma" de la sanidad sea ahora aprobada en la otra cámara legislativa, la del Senado.
En el Senado, y pese a la amplia mayoría demócrata actual, se necesitarán 60 de los 100 votos para poder aprobar el proyecto de ley. Parece claro que el contenido del nuevo proyecto del Senado no será el mismo que se aprobó en la Cámara de Representantes, lo que genera todo un debate legislativo que pone en serio peligro el éxito de Obama, Pelosi y Reid conocido como "Obamacare". Si, además, en el Senado se llegara a aprobar una enmienda similar o parecida a la de Stupak muchos senadores demócratas no podrían aceptar el proyecto de ley. Por su parte, los republicanos y otros como Ben Nelson de Florida, Bob Casey de Pennsylvania o Blanche Lincoln de Arkansas exigirán mantener la prohibición del aborto, lo que unido a la cláusula de la opción gubernamental impediría alcanzar los 60 votos necesarios para dar luz verde al proyecto y llevarlo de nuevo a la Cámara de Representantes para aprobación definitiva.
Esto ha llevado a muchos a empezar a dudar de una posible aprobación final de esta ley sobre la sanidad. Varias asociaciones progresistas como MoveOn.org se han encargado ya de dar un amenazante toque a esos senadores antiabortistas de que su negativa a aprobar la ley tendrá consecuencias para su reelección. La congresista Lynn Woolsey, presidenta de uno de los grupos más izquierdistas del Congreso (el llamado Congressional Progressive Caucus) anda ya tan nerviosa que le ha echado hipócritamente la culpa al Consejo de Obispos Católicos de Estados Unidos por estar contra el aborto y ha pedido que Hacienda (la IRS aquí) los investigue. Por lo que se ve, para sectarias como Woolsey es aceptable que organizaciones probadamente corruptas como ACORN y aun filoterroristas como CAIR se entrometan en la legislación; pero para Woolsey es inaceptable que la Iglesia Católica defienda la vida y se posicione contra una reforma sanitaria que financia el aborto.
A uno le resulta difícil entender que todavía haya tantas personas que vean el aborto como un derecho y no como lo que es: el cobarde asesinato de seres humanos indefensos e inocentes. Obama mismo se hizo un lío hace unos días en una entrevista televisiva al hablar de este asunto y querer buscar una imposible posición intermedia. Sencillamente, no la hay. De ahí que digamos que el aborto sale ahora al encuentro del Partido Demócrata porque este va a ser el momento culminante para la izquierda norteamericana, la misma que lleva más de ochenta años intentando apoderarse del sistema sanitario como modo de controlar la vida de los ciudadanos y hacer de ellos elementos dependientes del Gran Gobierno.
En ningún lugar de la Constitución de los Estados Unidos se indica que el tema de la salud debe estar controlado por el Gobierno federal. Pero no vale llamarse a engaño: alcanzar ese control de la sanidad supone controlar una sexta parte de la economía norteamericana, lo que sumado a la reciente nacionalización de buena parte del sector privado significaría cambiar de raíz la fisonomía política y económica de Estados Unidos. Y a eso es a lo que aspira Obama y sus pajes Pelosi y Reid. La falsa "reforma" de la salud es así el anhelado Santo Grial de la izquierda norteamericana, infiltrada ya descaradamente en el Partido Demócrata.
Bueno sería que esta pesadilla de proyecto de ley acabe muriendo en el Senado. El gran peligro, empero, es que en la aprobación final de esa nueva ley de reforma sanitaria se sostiene buena parte de la credibilidad y de la presidencia misma de Obama. Por eso, el propio Obama, Pelosi y Reid serán capaces incluso de arriesgar perder votos de cara a las intermedias de 2010 con tal de aprobar ahora una ley sobre la salud, aunque no sea perfecta para ellos. Están dispuestos incluso a ceder en la cuestión del aborto con tal de obtener una ley aprobada que en años venideros –y con ciudadanos ya secuestrados por el control gubernamental– intentarán enmendar y ajustar a su medida, incluyendo la aprobación futura de abortos financiados con dinero público. Ese será el objetivo, de ahí lo importante que resulta estar muy pendientes de lo que ocurre en estas semanas con este asunto.