Un artista del embuste
Un fino hilo rojo hilvana la actuación de Rubalcaba durante todos los años de su vida pública y es el virtuoso manejo de la mentira. Rubalcaba utiliza la mentira como otros el violín. Poniendo todo su alma en ella.
¿Qué tienen en común los siguientes acontecimientos? La creación gubernamental de escuadrones de la muerte, vulgo GAL. La eficacísima manipulación del peor atentado terrorista de la historia de España en beneficio electoral propio. La llamada oportuna que permite que varios etarras escapen a su inminente detención. La organización de una red de espionaje telefónico masivo.
Pues dos cosas. El beneficiado en todos los casos es el PSOE y el punto en el que intersectan todas las tramas es Rubalcaba, hoy ministro del Interior. Para que nuestro horror sea perfecto resulta preciso recordar, además, que el primer éxito de Rubalcaba, sin el cual muchas cosas no serían hoy tal cual son, fue la minuciosa demolición de la educación en España.
Un fino hilo rojo hilvana la actuación de Rubalcaba durante todos los años de su vida pública y es el virtuoso manejo de la mentira. Rubalcaba utiliza la mentira como otros el violín. Poniendo todo su alma en ella. De hecho Rubalcaba ha conseguido una cosa dificilísima y es que cada vez que es descubierto en flagrante falsedad crezca su capital, pues cada mentira descubierta aumenta la impunidad de la próxima.
Desde que en 1995 declarara sencillamente que "el GAL no existe" y, en calidad de ministro de la Presidencia y portavoz del Gobierno, que el caso GAL era una "operación política de acoso y derribo contra Felipe González y el Gobierno", hasta que hace unas pocas semanas el portavoz de Interior Popular Ignacio Cosidó demostrara que Alfredo Rubalcaba había mentido al Congreso cuando justificó la condecoración del inspector de Policía responsable de la investigación del Caso Faisán, la mentira y el desparpajo con el que la produce han sido la constante en sus actuaciones.
El caso de Rubalcaba es por demás curioso. Uno se sentiría tentado de hacerle heredero de la infame prosapia de brillantes malvados que a menudo han ejercido puestos de poder, de Fouché a Beria, de Robespierre hasta Goebbels. Pero una cosa le separa de aquellos y es la idea de misión. La vesanía de Marat estaba empapada, además de en sangre ajena, en un anhelo de grandeza, una megalomanía terrible. La de Rubalcaba es, pese a lo sonoro de sus actos, una maldad pequeña y como funcionarial que se agota en sí misma. ¿Qué busca Rubalcaba? ¿Seguir de ministro? ¿Conseguir la implantación universal de la socialdemocracia zapaterina? Un tedio absoluto debe oprimirle el alma cuando no esté en público.
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