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La crisis y los Simpsons

Hasta bien entrados los años 60, nadie en ninguna parte se hubiera reído con los Simpsons o Mister Bean. Un padre o un vecino deliberadamente ignorante, cobarde o irresponsable serían personajes demasiado insultantes como para identificarse con ellos.

Taciturn dijo el día 1 de Septiembre de 2011 a las 18:32:

Un artículo muy interesante, como sucede siempre que alguien le da a la manivela de reflexionar sobre el humorismo, pero en serio. Comparto milimétricamente la visión de la comedia charlotiana como escarnio de las desviaciones de la virtud. No suscribiría con tanto entusiasmo sin embargo la síntesis de Los Simpson que se pretende, si la he comprendido. Lejos de lo que aquí se afirma, yo no veo en los espectadores de Los Simpson a un público que busca solazarse con una monótona sucesión de pinturas de la degradación de nuestras costumbres. Seguidores de la serie son desde los jóvenes que disfrutan del puro gag o chiste de calidad de los que el programa está innegablemente bien armado hasta el aficionado al cine y la literatura a la captura de las miles de referencias culturales ocultas en los brillantes guiones. No se puede ligar crisis y Simpsons en un solo razonamiento sin propinar un severo puntapié a cualquier inteligencia crítica, y uno dirigido a la zona inguinal si además esa inteligencia es asidua a este programa de televisión.

Los Simpson condensan un colosal paisaje de degeneración social como sería inconcebible en una película de Chaplin o de los Marx. De acuerdo, pero son géneros e intenciones difícilmente comparables. Me explicaré mejor. No solamente es obligado mencionar que la comedia de entreguerras asaetea también la corrupción de su tiempo (fordismo, clasismo). Es que, por añadidura, Los Simpson no es la serie de Homer o Bart, sino quizá la primera serie de TV con más de 100 protagonistas. Una gigantesca colmena pensada no para seguir la peripecia vital de un individuo, sino para inventariar todos los tipos humanos reconocibles en una sociedad occidental, desde el más virtuoso (Lisa Simpson) al más torcido (Alcalde Quimby). Ahí está la razón de que Los Simpson sea una brillante ficción de su tiempo, incomparable a un corto de Chaplin siquiera sea por sus inconmensurables dimensiones. Más gigantesco no significa mejor. El alma de Chaplin, por ejemplo, el «calor» de su Charlot no lo tendrá nunca ningún simpsonita pues en Springfield no hay tiempo ni presupuesto para empatías con ningún personaje concreto. Por otra parte, es inaceptable negar valores a Los Simpson. En sus episodios, sobre todo los más primitivos con historias argumentales mejor tejidas, relampaguean con virulencia principios muy conservadores como el valor fundacional de la familia, el furioso anhelo liberal de autorrealización personal (pure american) o una inopinada y persistente vigencia de la honradez, a título de meros ejemplos cuya prueba exigiría exégesis pormenorizadas episodio por episodio con las que no pretendo castigar a nadie en este lugar.

BenGrimm dijo el día 5 de Noviembre de 2009 a las 11:18:

Yo no me rio CON los simpsons, sino DE los simpsons