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José García Domínguez

Qué extraña es la derecha

El PSOE lleva casi un cuarto de siglo ocupando el Gobierno merced a problemas tan reales como el fusilamiento del capitán Lozano o la tumba ignota de García Lorca, y esa tropa aún sigue convencida de que hay que perorar sobre la inflación subyacente.

Qué extraña es la derecha. En realidad, y aunque no lo sepan, son los últimos marxistas que quedan en España. Así, cuando ni los más devotos creyentes en la religión del materialismo histórico sostienen ya el dogma de que la existencia determina la conciencia, llegan ellos, los estrategas del PP, y todo lo subordinan a la economía. Esa fe suya en el dominio de las relaciones de producción sobre la superestructura dejaría pasmado al mismísimo Lenin. Al cabo, hace más de medio siglo que la política ha devenido en lucha por el control del imaginario a través de los medios de comunicación, y nuestros conservadores todavía creen que el poder se lo van a regalar las estadísticas del INEM. Vendrá solo, barruntan. Un día, llamará a su puerta y ellos estarán allí, prestos a darle la bienvenida y sentarlo con maternal cariño en su regazo.    

Pobres, viven en otro mundo. De ahí que casi resulta enternecedor escucharles repetir la cantinela de los cinco millones de parados; tanto o más que el corolario invariable que deletrean a continuación, ese "nosotros nos ocupamos de los problemas reales que preocupan a la gente". Como si los famosos problemas reales no fuesen creaciones virtuales manufacturadas en los laboratorios ideológicos. El PSOE lleva casi un cuarto de siglo ocupando el Gobierno de España merced a problemas tan reales como el fusilamiento del capitán Lozano o la tumba ignota de García Lorca, y esa tropa aún sigue convencida de que hay que perorar sobre el déficit público y la inflación subyacente. Así les va.

Estos días, andan todos muy entretenidos acuchillándose entre sí. Por si aún hiciera falta otro argumento más para privatizar las Cajas de Ahorros, ahí están ellos, representando su ópera de tres reales ante diez millones de atónitos votantes. Y por si todavía quedase algún simpatizante o militante de base vacunado contra la desafección partidaria, ahí pululan los mismos, despellejándose en público a cuenta del peluco de
Ric
Costa. En fin, si resta vivo alguno cuando termine esa reyerta tabernaria, no le va a quedar más remedio que hacer lo que nunca han querido: política. Política de la de verdad, no psicología barata a propósito del carácter, la autoridad o el carisma del líder de turno. Veremos.        

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