A Manuel Cobo no cabe acusarlo de deslealtad puesto que no hay nadie más leal a su jefe que el vicealcalde de Madrid. La imputación es tan absurda como si en los tiempos en los que José Luis Moreno triunfaba en la televisión alguien corriera el rumor de que Rockefeller había traicionado a su dueño. Ni una sola palabra salía del pico del simpático cuervo sin que antes el ex ventrílocuo la hubiera susurrado, como tampoco hay frase pronunciada por Cobo que antes no haya sido apuntada por su jefe.
El problema, por tanto, no es cómo se sanciona al muñeco, sino ver si hay narices para castigar al ventrílocuo, que no las hay. Las declaraciones de Rajoy son la prueba evidente de que no tiene la menor intención de sajar una herida que supura desde que Gallardón intentó acabar con Esperanza Aguirre por métodos democráticos con un resultado, digamos, bastante discreto. En aquella ocasión también fue Cobo el encargado de representar el papelón, como después lo fue en el supuesto caso de los seguimientos ilegales de la Comunidad de Madrid, expediente a la altura del prestigio del grupo PRISA que acabó, naturalmente, en el ridículo más espantoso, es decir en la línea del personaje, su patrocinador y sus voceros.
Casi todo el mundo, comenzando por Pepiño Blanco, coincide en que el PP es en los últimos tiempos un circo de lo más divertido donde no dejan de crecer los enanos. Es lo que ocurre cuando en un partido político todos los dirigentes andan desnortados, intentando situarse en el bando ganador, sin que nadie sepa cuál de los seis o siete en liza va a resultar triunfante cuando pase la tormenta.
Y es que, sin ánimo de ser exhaustivos, la situación es la siguiente: Esperanza Aguirre apoya a Rajoy; Gallardón odia a Esperanza pero mucho más a Rajoy, que no sabe a quién teme más de los dos; De Cospedal, por su parte, no quiere a Costa pero sí a Camps, quien a su vez teme a Rajoy al tiempo que reniega de Bárcenas, a quien Rajoy valora casi tanto como De Cospedal a Aguirre y ésta a Rato, todos los cuales opinan que Ricky es un niño pijo, pero no tanto como Ana Mato, que ya no se junta con Sepúlveda ante la atónita mirada de Mariano, que respeta y valora la lealtad de Sepúlveda casi tanto como la de Manuel Cobo.
Y mientras todo esto sucede, Javier Arenas... Bocanegra.