Los socialistas de todos los partidos nos quitan nuestro dinero y, por ende, nuestra libertad por "nuestro bien". Que semejante excusa goce de tanta aceptación en nuestra sumisa sociedad da idea de la consideración que de sí mismo tiene el bípedo medio. Más difícil es digerir la agresión sistemática del Estado cuando la coartada es el "bien común". Y resulta ya absolutamente insoportable que las políticas liberticidas se legitimen por la supervivencia de una lengua. Primero porque es mentira. Ni el gallego ni ninguna otra lengua corre riesgo de desaparecer. Pero, ¿y si fuera cierto? No hay idioma, por bello que sea, que valga más que la libertad de un solo individuo. Obvio, ¿no? No, en la España de las taifas, no; todo lo contrario.
Francisco Caamaño se paseó este fin de semana por las calles de Santiago junto a los mismos que agredían, hace unos meses, a quienes no reclamaban otra cosa que libertad para elegir la lengua en que son educados sus hijos. No los del vecino. Los suyos. Importante diferencia entre unos y otros. ¡El ministro de Justicia del Reino de España manifestándose contra los derechos de los ciudadanos españoles!
En Galicia hace dos décadas que, por obra y gracia de don Manuel Fraga Iribarne, las libertades son pisoteadas. El que suscribe asistió en los felices años 90, pleno apogeo de la sauriocracia, a clases de literatura española impartidas ¡en gallego! Touriño y Quintana no hicieron más que dar continuidad a esta política. Y Feijóo no lo va a cambiar. No va a cumplir. No se lo cree. Me juego un pincho de tortilla y caña, con permiso de Luis Herrero. Porque sí es verdad que las cosas han cambiado en mi tierra, pero no en la casta política sino en la sociedad civil, gracias al impagable trabajo de Gloria Lago y Galicia Bilingüe.
La manifestación era contra nosotros. Contra mí y todos mis paisanos que nos sentimos afortunados de tener como propia la lengua de Valle-Inclán, Cela, Rosalía de Castro –conviene recordar que el grueso de su obra es en castellano–, Torrente Ballester o Pardo Bazán. Reitero. No es una hipotética desaparición del gallego, por inverosímil, lo que les preocupa al ministro de Justicia y sus amigos liberticidas. Lo que quieren es imponer su hegemonía. Pero, en todo caso, me niego a rehuir ese debate. Si una lengua desaparece porque las personas deciden libremente dejar de usarla, no pasa nada, absolutamente nada. No deseo que eso suceda, pero mucho menos que sirva como excusa para recortar aún más mi ya exigua libertad.