Los que argumentan que la vida no nace en la concepción tienen un problema muy gordo, no son capaces de encontrar el punto donde un espermatozoide y un óvulo dejan de serlo y son un ser humano.
La bobería de las yemas tarda un segundo en desmoronarse viendo un vídeo de un aborto. Las celulas de las yemas no intentan defenderse. El feto sí. Luego es mentira lo de la mera acumulación de células. Por seguir con el argumento, por así decirlo, ciencista, estos juegos malabares relativistas, digamos que hay acumulaciones de células y acumulaciones de células. Ni son las yemas de los dedos las que hacen tener a esa acumulación de células llamada madre depresiones cercanas al suicidio en los aniversarios del aborto de la acumulación de células que estaba unida a ella. No podemos perder de vista la realidad en juegos teóricos de salón.
La anécdota del amigo científico me recuerda la famosa escena de la película “El tercer hombre” en la que, desde lo alto de la noria del Prater de Viena, Harry Lime (Orson Welles) le dice a Holly Martins (Joseph Cotten) señalando a las personas que pasean por el parque (texto no literal, basado en un vago recuerdo): “¿Ves las personas que se mueven allá abajo? Parecen hormiguitas. ¿Y que pasaría si una de esas hormiguitas dejara de circular? No pasaría nada. El mundo seguiría funcionando.” Después se refiere a las épocas más oscuras, como la de los Borgias, como las más creativas, etc. Ese amigo científico podría mirar sus propias células, meditar sobre la diferencia que hay entre ellas y las de un caracol o una planta, y preguntarse qué diferencia hay entre ellas, si todas son células al fin y al cabo. Después habría que preguntarle que diría, si pidiendo ayuda para evitar ser asesinado, alguien le negara la ayuda aduciendo que, después de todo, él no es más que un montón de células. No hace falta saber mucha ciencia para saber que estamos sujetos a las leyes de la materia. Si uno se tira por una ventana ya sabe lo que le va a pasar. Como tiene masa, la tierra le va a atraer y se va a pegar un mamporro. El razonamiento genial se reduciría a lo siguiente: como estamos hechos de materia, no somos más que materia. La cuestión es si somos algo más que materia. La persona humana empieza cuando se forma el embrión con toda la información genética. Es la única y auténtica discontinuidad. Cualquier otra consideración se convierte en una pendiente resbaladiza que tarde o temprano (puede llevar algunas generaciones) termina justificando el horror más inimaginable. Ergo, hay que defender la vida desde el instante de la concepción. Es la única salida lógica.
En este tema hay otro factor a tener en cuenta: la tendencia inveterada de las personas a adoptar la postura opuesta a la que sostienen los adversarios políticos. Eso lleva a mucha gente a adoptar una postura irreflexiva, consistente básicamente en "ir a la contra". Yo también caigo en eso de vez en cuando. Pero en el tema del aborto, algo me dice que eso está mal, supongo que será la voz de la conciencia. Y yo no soy creyente.
Estoy convencido de que la dignidad humana comienza desde la fecundación y dura hasta la muerte. Apostaría mi vida por ello.
La dignidad humana se manifiesta normalmente en nuestras facultades superiores que se deben, en mi opinión, a la parte espíritual inmortal que forma parte inseparable de todo humano hasta la muerte.
Es más difícil percibir esa dignidad en los extremos de la vida, cuando el ser humano es una, dos, veinte células, o si al final de la vida se han perdido esas facultades superiores.
En esos estadíos iniciales, apoyar nuestra dignidad en la existencia de un genoma típicamente humano tiene inconvenientes: ¿Cómo clasificamos los genomas que se salen de lo normal? ¿A qué consideramos típicamente humano? ¿A aquello que siempre dá lugar a facultades superiores? ¿Si el huevo se divide en dos gemelos antes de la nidación en el útero, los dos individuos eran al principio uno solo? No creo que recurrir a la genética sea hoy por hoy la mejor forma de argumentar en defensa de la dignidad humana del no nacido.
La percepción por la propia madre de la dignidad del no nacido, y el análisis de las consecuencias que para la propia madre tiene no respetar esa dignidad -sentimientos de culpabilidad, depresión de aniversario... -me parecen los mejores argumentos, a día de hoy. Por otra parte, si el inicio de la dignidad humana y su fin no coinciden con la fecundación y con la muerte natural, ¿dónde trazamos esas líneas? Marcar arbitrariamente el inicio de la dignidad humana ha escrito páginas de horror en la Historia.
Se diría que es la súbita percepción de esa dignidad humana la que ha convertido a destacados proabortistas en defensores a ultranza de la vida del no nacido, aunque luego hayan buscado argumentos más "racionales". Como decía antes el comentario de un no creyente: "Algo me dice que está mal".
No hay por qué avergonzarse de ser capaces de percibir esa dignidad sin recurrir a argumentos más científicos.