No sé si Mariano Rajoy será algún día presidente del Gobierno. Ni siquiera tengo la seguridad de que sea finalmente el candidato que el Partido Popular presente a las elecciones generales previstas para el 2012. De lo que no tengo duda es de que a los largo de estos cinco años en que ha presidido el partido de la derecha española ha realizado cambios importantes, posiblemente determinantes, para el futuro del mundo liberal conservador y, por lo tanto, para el futuro inmediato de España.
Rajoy heredó un partido que había gobernado con éxito durante ocho años y que, por fin, había consolidado un bloque electoral que le permitía afrontar el futuro con optimismo. Es verdad que la campaña electoral del PP en 2004 fue un desastre, tan cierto como que el triunfo de Rodríguez Zapatero sólo se explica por la inestimable colaboración de un grupo terrorista. En 2008, Rajoy volvió a perder, pero logrando un número de votos muy importante, que reforzaba la idea de que los populares tenían una base electoral muy sólida y que, más tarde o más temprano, recuperarían el poder. Desde la muerte de Franco la derecha española había sido incapaz de desarrollar un cuerpo teórico y, mucho menos, una cultura política. Sin embargo, diez millones de personas se sentían muy orgullosas de apoyar a un partido cuya identidad derivaba de su compromiso con unos valores perfectamente reconocibles y de su obra política durante los gobiernos Aznar.
La derecha vio con estupor el estado de perplejidad en que Rajoy quedó tras la pérdida de sus primeras elecciones, pero se lo perdonó por su fidelidad a esos valores y a esa obra política. Los problemas llegaron cuando, tras la segunda derrota electoral, en la que de nuevo mostró unas limitadas condiciones para el oficio, dio un golpe de timón invitando a conservadores y liberales a abandonar el partido y, en el Congreso de Valencia, renunciando a esos valores y a esa obra política en beneficio de una aproximación táctica a los nacionalistas. Se rechazaba el legado Aznar a cambio de una nada pseudoprogre. Para Rajoy un triunfo del PP era un bien en sí mismo que justificaba cambios de esa naturaleza, olvidando que para los electores el bien era el programa mientras que el partido no pasaba de ser un instrumento para desarrollarlo.
La apertura a los nacionalistas, su debilidad política resultado de dos derrotas consecutivas y su falta de autoridad acabaron provocando un cambio en la estructura del partido. De una formación centralizada dotada de un programa claro se pasó a un conjunto de taifas autónomas, en algunos casos abiertas a los nacionalismos periféricos. Cada taifa respondía a intereses locales, olvidando la necesaria armonía con las restantes. La presidencia del partido y la maquinaria política establecida en la calle Génova perdieron paulatinamente el control de la base, salvo en aquellos casos en que crisis internas demandaban una acción urgente.
Con Rajoy el Partido Popular ha visto como se difuminaba su identidad ideológica y su cohesión. Con razón se vuelve a hablar de la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas que trató de llenar el vacío dejado por la quiebra de la Monarquía de Alfonso XIII en los días de la II República. La derecha española fue siempre plural. Junto a la tradicional, localista, clerical y carlistona convivió la liberal, centralista, cosmopolita y laica. Aznar potenció la segunda, mientras que Rajoy se apoya en la primera, travestida de centrista o socialdemócrata. Otro ejemplo de falta de identidad y exceso de mala conciencia. Mientras Esperanza Aguirre defiende el legado Aznar, Ruiz Gallardón –el favorito de Manuel Fraga– trata de auparse con el liderazgo de la corriente que Rajoy ampara con el apoyo del grupo PRISA.
El giro estratégico impuesto por Rajoy puede ser un error fatal para la derecha española, pero tiene un apoyo importante entre los cuadros del partido. Fue aprobado en un Congreso Nacional y hoy puede contar con aún mayor respaldo entre las taifas. Para los dirigentes locales que se han acostumbrado a hacer lo que les da la real gana, en función de sus propios intereses, la vuelta a una presidencia poderosa resulta una pesadilla. La fortaleza política de Rajoy descansa en su debilidad. Ese es su patrimonio. Sin embargo, puede no ser suficiente.
La mala gestión como líder de la oposición, de la que dan testimonio los sondeos, y sus errores en el tratamiento del caso Gürtel están minando su poca credibilidad. Rubalcaba tiene tres años por delante para administrar este escándalo y lo va a hacer con la inteligencia, maldad y falta de escrúpulos que le caracteriza. Hasta la fecha ha contado con la inapreciable colaboración de Rajoy, capaz de trasformar una china en el camino en una roca de granito. Esperanza Aguirre le ha puesto en evidencia, al reaccionar con el criterio que cabe esperar de un dirigente nacional. En la Comunidad de Madrid ha habido corrupción, pero una vez detectados los responsables están fuera del partido. La sociedad aprecia la contundencia y rapidez con la que ha actuado la presidenta. Por el contrario, en llamativo contraste, Rajoy ha reaccionado tarde, los afectados continúan en Génova y se dispara sin sentido contra piezas menores tratando de establecer cortafuegos inútiles. El caso Gürtel no es un problema de la Comunidad de Madrid o de la de Valencia, sino del Partido Popular con sede en Génova. El cese de Costa no va a frenar nada, pero ha puesto una vez más en evidencia la falta de criterio y de autoridad de Rajoy. Esto no ha hecho más que empezar. Otras comunidades y ayuntamientos irán apareciendo cuando a Rubalcaba le interese o cuando, contra su voluntad, la información se filtre. Pero al final tendremos un partido más dividido, una oposición menos creíble y un liderazgo acosado ante la evidencia de que teniendo literalmente bajo sus pies un nido de corrupción no hizo nada para evitarlo.
¿Será entonces capaz el PP de retomar su rumbo o, por el contrario, se trasformará definitivamente en una nueva CEDA? Si no se actúa de inmediato difícilmente se podrá recuperar la identidad perdida, así que vayamos haciéndonos a la idea de que gracias a Mariano Rajoy la derecha española ha hecho su gran contribución a la trasformación de España en una vaga confederación de qué se yo en camino a Dios sabe qué.