Colabora
José García Domínguez

Elogio póstumo de Ric Costa

¿Acaso no fue él, Costa, el único exonerado por unánime decisión de los magistrados en aquel chusco vodevil veraniego de los trajes? ¿Y qué contratos de la Generalidad pudo amañar él solo, ejerciendo de simple diputado regional?

Con esa falta de rigor intelectual tan del país, al difunto Ric Costa le han colgado a título póstumo el sambenito de que fue un hortera. Y sin embargo, nada más lejos de la verdad histórica. Al contrario, el hortera canónico siempre se encarna en un desclasado que sobreactúa con impostura estéril, obsesionado como anda por mimetizar las maneras del grupo que él considera selecto y en el que ansía ser admitido algún día. Nada que ver, pues, con el espontáneo, natural esnobismo de Costa, tan a juego con la atildada corte de maniquís que Camps supo crear a su alrededor.

El asunto, por lo demás, no resulta baladí. Porque conviene hilar muy fino en los imperativos de orden estético si se aspira a aprehender la causa última del sacrificio ritual del finado. Y es que el vía crucis de Ric deja entrever una dimensión, digamos plástica, que lo libera de la prosaica vulgaridad de las cuitas judiciales de Camps, Rambla y el resto de los amiguitos del alma de El Bigotes. Así, Costa el chico, en apariencia un pijo de provincias más estirado que las farolas de Serrano, escondía a un dandy en su interior. Cómo no rememorar la arrogante impertinencia de Brummell al contemplarlo prometer por Snoopy que nunca se había metido en camisas de once varas sin la preceptiva venia de sus señoritos de Madrid. Altivo, airado, temerario desplante inimaginable en un vulgar hortera.

Igual que en Byron o en Beckford,
el beau satan
, el ferviente culto a la moda y los cuellos laboriosamente almidonados del fiambre ocultaban en realidad una orgullosa rebeldía iconoclasta, la misma que, al final, lo abocaría a su fatal perdición. De hecho, el ectoplasma de ese chivo expiatorio que ahora vaga errante por los telediarios cargando con los pecados del PP valenciano, ¿en qué sumario judicial aparecía encausado? ¿O acaso no fue él, Costa, el único exonerado por unánime decisión de los magistrados en aquel chusco vodevil veraniego de los trajes? ¿Y qué contratos de la Generalidad pudo amañar él solo, ejerciendo de simple diputado regional? ¿Cómo, en fin, librar a Camps de toda culpa si los cargos que llevaron a la tumba al muerto son los mismos que cabría enarbolar contra él? ¿O no, Mister Proper?

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