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EDITORIAL

De desfiles, abucheos y ritos de la Hispanidad

Es normal que los asistentes a este tipo de actos se sientan ofendidos por alguien que ha hecho del ataque a la esencia misma de España uno de los rasgos definitorios de su Gobierno.

Abuchear al presidente del Gobierno con motivo del desfile militar del 12 de octubre no se ha convertido en un rito tal y como confiesa creer José Luis Rodríguez Zapatero. De hecho, sólo él ha sido abucheado en estos desfiles que se celebran con periodicidad anual y reúnen a las principales autoridades del Estado. Ni Adolfo Suárez, ni Felipe González ni José María Aznar fueron jamás abucheados. Zapatero, en cambio, ha recibido la reprobación del público en los últimos cinco desfiles de la Hispanidad que ha presidido. Los silbidos han ido, además, in crescendo cada año. De las tímidas murmuraciones del desfile de 2005 al coro de discrepantes que, a voz en cuello, ayer se reunió en el Paseo de la Castellana para pedir la dimisión del presidente del Gobierno.

Esto, evidentemente, no es normal por mucho que Zapatero trate de dulcificarlo refiriéndose jocosamente a ello como "un rito". En ningún otro país democrático se da un caso similar gobierne la derecha, el centro o la izquierda. Porque en un acto de estas características, eminentemente patriótico y de afirmación nacional, las diferencias políticas quedan apartadas a un lado para exaltar lo que nos une: en este caso las Fuerzas Armadas, garantes últimas de nuestra independencia y nuestra libertad. Por lo tanto, los culpables de la anormalidad no son, tal y como presume el alcalde de Madrid, los que disienten, sino el propio presidente que lleva cinco años dando alas a los que quieren disgregar España y poniendo en duda el concepto mismo de Nación.

Es normal que los asistentes a este tipo de actos se sientan ofendidos por alguien que ha hecho del ataque a la esencia misma de España uno de los rasgos definitorios de su Gobierno. Es normal que una buena parte de españoles que admiran de corazón a las Fuerzas Armadas, se sienta defraudada por un falso pacifista que sacó al Ejército de una guerra para meterlo por la puerta trasera en otra peor, donde nuestras tropas, escasas de medios y atadas de manos por razones políticas, se juegan la vida a diario. Y todo bajo el espeso manto de la mentira, que es la marca de la casa. Zapatero, heredero de una izquierda que aborrece España y hasta evita pronunciar su nombre, no se envuelve en más bandera que en la de su propia demagogia gaseosa y banal. Su única creencia es permanecer en el poder a cualquier precio y culminar su fantasioso plan asimétrico que puede terminar llevándose por delante al Estado.

Pero siendo la actitud de Zapatero chulesca e inaceptable, es peor aún la de Alberto Ruiz Gallardón, repentino e inesperado auxilio del presidente en los momentos más críticos del abucheo. Para el alcalde el ejercicio de la libertad de expresión de los asistentes al desfile es una "falta de respeto". Pero no, no lo es en absoluto. Como todos los presidentes de Gobierno, Zapatero vive al margen de la realidad y a una distancia insalvable de los ciudadanos. La única vía de éstos para hacerle llegar su descontento es a través de expansiones como las del día de la Hispanidad que, dicho sea de paso, le llegaron al presidente con una claridad cristalina, tanta que el realizador de la siempre servil TVE se vio obligado a bajar el volumen de la transmisión para evitar –sin éxito– el ridículo sin paliativos que ha protagonizado Zapatero por quinta vez consecutiva.

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