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Socialistas antes que cristianos

A la vista del interesado enjuague con Zapatero, parece que el Congreso de Socialistas Religiosos ha sido más bien un arrodillamiento del sentido común a la demagogia ideológica y de los valores cristianos al oportunismo político.

En principio, nada impide que los cristianos militen en uno u otro partido político. La vocación universalista y evangelizadora del cristianismo puede llevarlo a todos los rincones, incluido el de la política. Tradicionalmente fue la democracia cristiana la que agrupó lo que se esperaba que fuera una traducción electoral de los principios cristianos, pero en realidad cristianos los hubo por todas partes, incluido en la izquierda.

Podría discutirse mucho hasta qué punto la totalidad de los valores cristianos son compatibles con el marco ideológico de la socialdemocracia –y de la democracia cristiana–, pero en última instancia nos perderíamos en unas disquisiciones que el cristiano de a pie que con buenas intenciones pretende mejorar el mundo probablemente no entendería. La retórica redistribucionista de la izquierda, por ejemplo, parece encajar muy bien con una idea tan cristiana como es la de ayudar al prójimo en momentos de necesidad, por mucho que gracias a la ciencia económica sepamos que el Estado niñera tienda a perpetuar estas situaciones de dependencia y, en el fondo, perjudicar al supuestamente beneficiado.

Muchas de las consecuencias no intencionadas del programa izquierdista se les escapan a muchos cristianos y, por ello, abrazan en numerosas ocasiones políticas que, probablemente, si las analizaran con un mayor detalle rechazarían como ciudadanos y como cristianos. Pero por este lado nada se les podrá reprochar como cristianos, en todo caso habrán de ser criticados como políticos por su falta de información sobre las consecuencias de ciertas medidas socialdemócratas.

Cuestión distinta es que un determinado partido político se presente con un programa abiertamente hostil al cristianismo, no por postular la muy necesaria separación entre la Iglesia y el Estado, sino por basar parte de su programa de gobierno en una ofensiva laicista contra el cristianismo y todo lo que éste representa.

Sin duda alguna, el Partido Socialista se encuentra hoy en esta tesitura. Dirigido por un "rojo" orgulloso de serlo, se ha convencido de que su rojez exige oponerse a todos los valores del cristianismo, ya sea insuflando el catecismo progresista en forma de "Educación para la Ciudadanía" en unas aulas desprovistas por decreto de cualquier símbolo religioso o, especialmente, oponiéndose a la idea no sólo cristiana (pero también cristiana) de que el ser humano lo es desde su concepción y de que esa dignidad humana la concede un derecho a la vida previo a cualquier constitución estatal.

En esta línea, podrá discutirse si la legislación de Zapatero convirtiendo el aborto en un derecho ilimitado de la mujer y no en un ataque a los derechos del nasciturus tiene encaje dentro de nuestro ordenamiento jurídico y si es adecuada para nuestra sociedad, pero no hay lugar al debate sobre si semejante política va en contra de los planteamientos cristianos más básicos y sobre si, por consiguiente, los cristianos deberían oponerse a ella con contundencia.

Sin embargo, el Congreso de Socialistas Religiosos ha finalizado sin una sola crítica al Gobierno sobre estos temas fundamentales pero sí exhibiendo todo un aquelarre de disparates históricos, éticos, sociales y económicos como que "el elogio de la reducción de impuestos es el arrodillamiento ante la cultura capitalista". A la vista del interesado enjuague con Zapatero –que ha concluido en su integración en la Ejecutiva federal–, parece que el Congreso ha sido más bien un arrodillamiento del sentido común a la demagogia ideológica y de los valores cristianos al oportunismo político.

Será por cosas como estas por las que Benedicto XVI no deja de repetir que la separación entre la Iglesia y el Estado no sólo interesa a los ciudadanos sino al propio mensaje cristiano: la política tiende a corromper todo lo que toca.

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