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David Jiménez Torres

Obama versus América

Obama es el triunfo, la máxima expresión, de ese americano que odia a su propio país. El americano que va no ya con la mano sino con la súplica de perdón por delante.

En el elenco de personajes típicos de nuestra generación erasmusiana, interrailera y anglochapurreante, entre el español pachanguero, el alemán eficiente y el inglés borrachín, destaca el americano que odia a su propio país. Figura común de pubs ingleses y cafés parisinos, heredero de toda una tradición de expats, este personaje ha refinado hasta la perfección una dinámica mediante la cual anticipa los ataques contra Estados Unidos de sus interlocutores europeos con una salva de improperios dirigidos hacia sus propios compatriotas, vivos o muertos. Pearl Harbour historicista: los padres fundadores deben estudiarse en relación con el pecado original de la esclavitud, la expansión del país sólo sirvió para el genocidio de los indios, la Guerra Fría fue un ejercicio de histeria colectiva derechista, Vietnam es el ejemplo de una política exterior sistemáticamente imperialista, y nuestros últimos cincuenta años de historia son una sarta de errores y crímenes que difícilmente lograremos expiar. Todo con el fin de que los interlocutores entiendan que Estados Unidos no está solamente lleno de esos americanos, que el país que desató a Bush II El Terrorífico sobre el mundo, en realidad conoce sus errores y hasta vale la pena.

La noche en que Barack Obama fue elegido presidente de los Estados Unidos, el Facebook se llenó de status updates unánimes en la forma: "Jenny/Mark/John/Jessica is proud of America for once" (está, por una vez, orgulloso/a de América). Respuestas que evidenciaban lo que por otra parte ya se intuía en la retórica obamita y en su promesa electoral de recuperar "la dirección moral del mundo": que Obama es el triunfo, la máxima expresión, de ese americano que odia a su propio país. El americano que va no ya con la mano sino con la súplica de perdón por delante, el americano que piensa que sólo condenando los errores del pasado de Estados Unidos conseguirá este país recuperar el respeto de la comunidad internacional y la dirección ético/moral del mundo. Regocijo en los pubs y en los cafés del viejo continente.

Esta semana pasada, sin embargo, ha puesto en evidencia los errores de este americano: la concesión del premio Nobel de la Paz a Obama se contrapone a la negativa de Europa entera a enviar más soldados a Afganistán, a la encuesta de American Political Science Association que reconoce que la imagen negativa de América no ha cambiado desde la elección de Obama, al artículo en The Economist que reconoce la difícil relación Europa-América, y hasta al humillante revés de la candidatura olímpica de Chicago. Y es que lo que el americano que odia a su propio país no entiende es que su estrategia autodenigratoria no redime a nadie más que a sí mismo a los ojos de los europeos; él pasa, él está bien, él es como hay que ser, pero el odio y la visión negativa de Estados Unidos que tienen sus interlocutores no hace sino reforzarse y ganar argumentos. El europeo ve a este americano como la excepción a la regla, como minoría absoluta que no tiene cabida en su propio país; se le separa de su nación, se le entiende sólo como antagonista de ella. Porque Europa hace ya tiempo que dejó de creer que tenía algo que aprender de Estados Unidos, y piensa que eso de que los yankis sean los directores ético/morales del mundo se lo pueden meter por donde les quepa (da igual su mayor grado de bienestar, democracia y libertad ciudadana). Y así, la reacción europea a la elección de Barack Obama: a él, galardones y felicitaciones; a su país, ni agua.

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