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Raúl Vilas

Machacar a Esperanza

Más de uno debe irse a su casa pero ya. Empezando por Ricardo Costa, ese Borjamari sobreinterpretado, cuya imagen te hace dudar si es terrícola. Que semejante tipo sea el número dos del PP valenciano es difícilmente comprensible.

Francisco Correa es un producto de la partitocracia peronista en la que ha degenerado la cosa pública. Dos macarras, horteras de todo a cien, como Don Vito y El Bigotes nunca camparían a sus anchas en un partido político normal de una democracia normal. Cuando el poder se convierte en el fin último y único de los partidos, pasa lo que pasa. Correas los hay en todos los partidos, quizás no tan chuscos, eso sí.

Los partidos lo controlan todo. Su tiesto, que es la política, hace mucho que lo han desbordado. Justicia, medios de comunicación, fundaciones, sindicatos, patronal... Aniquilan sin miramientos cualquier atisbo de respuesta de una sociedad civil que tampoco se caracteriza por su nervio o dinamismo. Las listas cerradas apuntalan un engranaje de enorme eficacia para el secuestro de voluntades.

El interés de Don Vito en "machacar" a Esperanza Aguirre le pone en su sitio, que no son las cloacas del sistema, sino todo lo contrario. La presidenta madrileña es, junto a Rosa Díez, el blanco predilecto de las huestes del régimen. Serviles sorayescos y palmeros monclovitas comparten la inquina hacia ambas, porque su acción política responde exclusivamente a sus principios que, equivocados o no, los tienen y los defienden. Son incómodas y hay que machacarlas, como había que machacar a María San Gil y se le machacó, ¿verdad Don Mariano?

Tres mujeres, sí. No deja de ser curioso que la disidencia a esta dictadura de lo políticamente correcto –que promueve cualquier gansada que lleve adosada la falsa etiqueta del feminismo– la encarnen precisamente tres mujeres.

El caso Gürtel es un escándalo ético y estético. El ejemplo perfecto de la relación de una cosa y la otra. Pero no es creíble tanto aspaviento de quienes han fomentado desde los medios de comunicación y la política este tipo de prácticas. Los mismos que han fabricado la gran mascarada en que la lucha por el poder y sus prebendas entierra el debate de ideas, convicciones y principios, se rasgan ahora las vestiduras. Habrá que depurar responsabilidades, por supuesto. Más de uno debe irse a su casa pero ya. Empezando por Ricardo Costa, ese Borjamari sobreinterpretado, cuya imagen te hace dudar si es terrícola. Que semejante tipo sea el número dos del PP valenciano es difícilmente comprensible, aunque los modos de su jefe ayudan a entender algunas cosas.

Lo que debería ser una anomalía, es la norma. Como normal parece que la policía ayude a los terroristas y aquí no pase nada. Y mientras la oposición sólo aspire a heredar esta normalidad,
los faisanes y gürteles no desaparecerán.

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