Plutarco nos relata en sus Vidas Paralelas cómo Julio César justificó el repudio de su segunda esposa, Pompeya, tras verse esta implicada en un escándalo sexual. "Quiero" –dijo– "que de mi mujer ni siquiera se tenga sospecha". Después de aquello Julio César desarrolló una intensa actividad política y militar en la senescente República Romana, que no llegó a coronar con el máximo honor. Unos idealistas republicanos, temerosos de que se proclamase Rey, lo asesinaron. Tras su muerte y una guerra civil llegó el Imperio, y el término césar comenzó a utilizarse para definir lo que el César original no pudo ser.
Hoy vivimos una época en la que los césares están tan mal vistos como –o peor aún que– entre los romanos de la República, y sin embargo prosperan diciendo actuar en nombre de la democracia. Aspiran al poder absoluto, al imperium, y para alcanzarlo se disfrazan de humildes miembros y siervos de la plebe.
En las distintas etapas de la vida, de la infancia a la madurez, pasando por la adolescencia, los seres humanos nos adaptamos a nuestro medio social de formas hasta cierto punto predecibles. La infancia es una época de alocada exploración e intenso aprendizaje tutelada por la autoridad paterna. La adolescencia supone el despliegue de las alas y los primeros vuelos autónomos respecto a la familia, que generalmente suelen llevar a lugares de reunión y formación de tribus de la misma cohorte generacional. En la madurez uno va progresivamente desvinculándose de estos grupos relativamente artificiales y forma su propia familia o grupo, adquiriendo la autonomía plena nacida de la asunción asimismo plena de responsabilidades.
Las más altas responsabilidades de la madurez implican aceptar ciertos roles sociales y ciertas convenciones. Algunos, que pueden permitirse vivir al margen de las actividades productivas, bien por ser artistas, ricos o privilegiados por algún cuento político, pueden "pensar" y comportarse al margen, digamos, de forma extravagante. A estos les parece quizás sumamente trasgresor y creativo llevar la contraria a los roles sociales y convenciones de la etapa madura de la vida, y se comportan como eternos adolescentes, como un Peter Pan en el País del Nunca Jamás, una isla que bien pudiera llamarse, soñada por un Tomás Moro, Utopía. Casi todos ellos son socialistas, comunistas o simpatizantes de la izquierda.
Julio César era cualquier cosa menos un utópico. Sabía que la mujer del césar debía estar no sólo libre de culpa, sino de apariencia de culpa. Por eso repudió a su segunda esposa. Era consciente del papel que tenía que jugar en la República y de la clase de cosas que no le convenían. A pesar de ser él "marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos" se cuidó mucho de preservar una imagen que casara con los prejuicios y costumbres de su pueblo.
Hay quien cree que ZP no hace otra cosa: vende la imagen chabacana y torpe (algunos dirán informal) que gusta a tantos, para ganar votos en la demagógica lucha por el poder. Otros piensan que trata de desviar la atención de problemas más importantes, como la subida de impuestos o la disolución nacional, poniendo a sus hijas a posar de góticas con Obama. Yo no le atribuyo tanta talla maquiavélica. Creo más bien que es un adolescente incorregible que ha vivido toda su vida al margen de los procesos creativos reales, en su burbuja de politicastro, tomando cafés a 0,80 euros y gastando el dinero de otros, y que cree que lo de sus hijas es genial, a la par que maduro y responsable. Porque ellas han recibido un curso intensivo de Educación para la Ciudadanía del mejor maestro posible.