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José Antonio Martínez-Abarca

Punkis hemos sido todos

Las niñas se han comportado en todo momento, incluyendo lo del Metropolitan, con una sobriedad y prudencia que para sí las quisiera ese presidente de Gobierno que a pesar de ser su hacedor, todo indica que es menor que ellas.

Teniendo yo poco más o menos la edad de la mayor de las hijas de Zapatero le pedía a Pepe, el peluquero que venía entonces a las casas (hablo de tiempos en que la gente de orden se hacía afeitar en las barberías porque, como aquel César González Ruano revolviendo toda Nueva York para encontrar a quien le rasurara, sentía repugnancia por dejar la higiene en sus propias manos), que me cortara el pelo como si me lo hubiese saltado a cañazos. Había oído que mis ídolos se cardaban poniendo a gratinar la cabeza con su propia grasa en el horno, como Sid Vicious, pero yo me conformaba con aderezarme el cabello todas las mañanas con agua oxigenada, porque así me iba "friendo" sin que los papás notaran bruscamente el cambio. Unía aquella preocupación con un candado al cuello, muñequeras con tachuelas de perro, camisetas salidas del "toner" de una focotopiadora y, en fin, todo lo que hubiese causado una sensación indeleble durante una tenida de gala en el Metropolitan con el presidente de los Estados Unidos.

Son cosas, en fin, carentes de cualquier importancia y propias del no acabar de aterrizar en el mundo, y el que esté libre de haber dado alguna vez el cante en su adolescencia que tire la primera pella de tinte capilar. Son años que se caracterizan por un enfrentamiento insolvente y enfurruñado (y, por qué no decirlo, confortable dentro del pensionado vitalicio a costa de los mayores que entonces se siente eterno) con el mundo y los que lo componen. Uno, o sea, el puberescente, se cree llamado a ser el primero a quien se le ha ocurrido algo para cambiar el universo, aunque sea a través de las normas de etiqueta de una altoburguesa cena transcontinental. Por supuesto, estoy hablando del padre de las niñas Alba y Laura. Los que aún no han accedido a la edad del conocimiento deben tener unos padres en casa, o unos tutores a falta de éstos, que no hagan dejación de sus funciones y les reconvengan en tiempo y forma. Y naturalmente me estoy refiriendo a los padres o tutores del presidente del Gobierno.

Las niñas se han comportado en todo momento, incluyendo lo del Metropolitan, con una sobriedad y prudencia que para sí las quisiera ese presidente de Gobierno que a pesar de ser su hacedor, todo indica que es menor que ellas. Las hijas han sido objeto de internacionales burlas en los foros de "internet", pero habría que ver cómo irían ataviados nuestros vástagos si en lugar de un padre en casa tuviesen a alguien que juega con los conceptos desechados por sus hijas en crecimiento por demasiado infantiles, como sonajeros arrumbados. Yo en la foto famosa lo que pude ver es a un mulato elegante y resultón acompañado de una esposa demasiado corpulenta, luego una perfecta sosías de la inquietante Mia Farrow que aparecía en la película La semilla del Diablo (de la época de su matrimonio con Frank Sinatra, cuando Ava Gardner dijo aquello de "sabía que Frankie se acabaría casando con un chico"), dos casi mujeres vestidas como adolescentes y, finalmente, sólo un niño.

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