No es tan fácil como parece descubrir los motivos de la filtración a El País y a El Mundo del informe de la Policía que pone al PP valenciano de chupa de dómine. Tampoco lo es imaginar los motivos de su publicación. Primero. Es curioso que el informe haya sido filtrado a los dos periódicos a la vez y que ambos hayan decidido darle pábulo, a pesar de ser medios de diferente ideología, enemigos acérrimos desde hace veinte años, que luchan hoy por la primacía en los kioscos. Segundo. Coincide la publicación en ambos medios con un momento en que tanto El País como El Mundo sostienen una campaña contra Zapatero, no contra Rajoy. Tercero. La filtración apunta a la línea de flotación de Génova, no de Valencia, cuando ambos medios llevan algún tiempo tratando de acercarse a Rajoy por distintas razones, El País para ver si el PP defiende sus monopolios comerciales y El Mundo porque sabe que, tras las europeas, la única alternativa real a Zapatero es el gallego.
Por lo demás, los dos diarios tienen profesionales en su nómina perfectamente capaces de someter el informe a un análisis crítico pormenorizado y en condiciones, por tanto, de percatarse de que su importancia es relativa. Lo es porque lo que básicamente describe son irregularidades fiscales y no consta que a la Agencia Tributaria se le haya solicitado su intervención, como sería lógico. Es muy feo que el PP valenciano pague parte de los servicios prestados con dinero "B". Es revelador que algunas constructoras que han obtenido contratos de la Generalidad valenciana paguen a Orange Market facturas por servicios prestados al PP de Camps. Pero, de lo publicado por ambos periódicos, no se deduce que la Policía tenga pruebas sólidas de que tales cosas hayan ocurrido realmente y el que ninguno de los dos haya querido colgar en su página web el documento original de la Policía es, cuando menos, chocante.
Encima, el origen de la filtración debiera de ser Rubalcaba, el último representante del felipismo en el Gobierno de Zapatero, protector de Prisa en el Consejo de Ministros y gran perdedor de la decisión del presidente de arrojarse a los brazos de Roures y abandonar a Cebrián a su suerte.
El olor a podredumbre es de una agudeza insoportable, pero, con ser muy fuerte, no es fácil saber con exactitud de dónde procede. Sabemos que Cataluña es el país del tres por ciento. Sabemos que Andalucía es el hogar de lo venal. Sabemos que Extremadura no lo es tanto por la pobreza a la que la tienen condenada treinta años de socialismo. Y, sin embargo, de allí apenas sabemos que se encargan a amiguetes informes sobre las más irrelevantes materias a precio de oro y que el presidente de la Junta da subvenciones a la empresa en la que trabaja su hija, además del rosario de escándalos que sacuden periódicamente al Ayuntamiento de Sevilla.
Sean cuales sean los objetivos del felipismo residual, de los medios de izquierdas irritados con Zapatero y de los de derechas deseosos de reconciliarse con el régimen y sea cuales sean las consecuencias que todo esto tenga para Rajoy y el alborozo que ello produzca en los sectores críticos a su gestión dentro del PP, lo cierto es que el ciudadano que ansía y espera una regeneración democrática del sistema ve cada vez con mayor claridad que tal regeneración es imposible. Todo inspira hartazgo, desilusión, desesperanza, anestesia y, ay de mí, abstención. ¿Será eso lo que se persigue?