Este pasado martes, el presidente Obama habló en una cumbre especial de Naciones Unidas dedicada al cambio climático; eufemismo de nuestros días para el otrora "calentamiento global" que ha desaparecido del lenguaje progre a la vista de las bajas temperaturas en buena parte del planeta.
Ya hasta el New York Times, templo mayor de la secta de la calentura global, reconoce por boca de Andrew Revkin que las temperaturas a nivel global han sido bastante estables en la última década y que incluso pueden enfriarse más en los próximos años. A Obama le da igual y en su alocución del martes aseguró que comprendía la gravedad del problema climático y que estaba decidido a actuar.
Frente a un centenar de líderes mundiales, entre ellos algunos tiranuelos de machete, Obama no escatimó palabras para reclamar soluciones en el próximo encuentro a fines de este año en Copenhague. En su ya cansino hábito de usar foros internacionales para culpar a su propio país de todos los males del mundo, Obama aseguró que Estados Unidos y los países más desarrollados son los causantes de los daños realizados al clima en el último siglo.
Como consecuencia de ello, Obama afirmó que a Estados Unidos le toca ahora liderar iniciativas para no dañar más el planeta y luchar globalmente contra el nocivo "cambio climático". Las palabras de Obama coincidieron con las del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, el mismo que nada más llegar a ese puesto en 2007 aseguró en un artículo para el Washington Post que las masacres de Darfur se debían a una crisis ecológica causada en gran parte por el calentamiento global.
Hoy sabemos ya que el pillaje, las violaciones y matanzas de miles de inocentes en Darfur no se debieron más que al genocidio en masa perpetrado por el régimen nacional islámico de Jartum y sus aliados del radicalismo terrorista musulmán. Jartum lleva ya a sus espaldas una guerra de más de veinte años contra los centros cristianos ubicados en el sur de Sudán y las tribus que rechazan el integrismo musulmán.
Junto a Ban Ki-moon, Obama también compartió escenario con el presidente Mohamed Nasheed, el de las Islas Maldivas, para quien si todo sigue como hasta ahora su pueblo morirá y su país –aseguró– dejará de existir por culpa del cambio climático. Para el lince surcoreano que hoy lidera Naciones Unidas, como para el presidente norteamericano, y el de las Maldivas –entre otros– no hacer frente al calentamiento global es algo moralmente inexcusable y económicamente ciego, además de políticamente errado.
Obama, como su anfitrión Ban-Ki-moon, sueñan así con limitar las emisiones de los países desarrollados, así como plantear una serie de normas que –en el caso de Estados Unidos– resultarán altamente perjudiciales. Así se desvela del actual proyecto de ley apoyado por Obama y los líderes demócratas llamado "Cap-and-Trade", que no es otra cosa que un impuesto energético, o sea engordar más el gobierno y añadir más impuestos a los sufridos ciudadanos.
La preocupación de Obama por el eufemístico cambio climático, sin embargo, coincide peligrosamente con su negativa a luchar de verdad contra los terroristas en Afganistán. Obama mismo afirmó durante su campaña presidencial que la guerra allí era necesaria. En marzo de este año aceptó llevar adelante una estrategia contra los talibanes insurgentes. Ahora Obama se muestra escéptico y parece estar valorando qué le interesa más para su propia agenda política y a fin de no perder votos dentro de sus filas sobre la cuestión de la "reforma" de la sanidad.
El general norteamericano en Afganistán, Stanley McChrystal, ya informó a Obama de la urgente necesidad de enviar más tropas a la zona. La información con todos los detalles fue filtrada a la prensa el pasado lunes. Sin la escalada de tropas, el triunfo será para el terrorismo yihadista de la zona. Los medios afines a Obama, sin embargo, andan más preocupados por saber quién filtró dicho informe de McChrystal que por el problema fundamental escaso personal que las tropas estadounidenses viven hoy en Afganistán.
Porque tras ocho años de guerra en Afganistán, la situación debe resolverse y Obama debería escuchar a sus generales allí destinados. Sin embargo, en la Obamérica de hoy, se prefiere desmantelar programas militares como el del avión militar F-22 o el sistema de defensa de misiles en Europa. Obama debería saber que Estados Unidos puede y debe ganar todas las guerras contra el terrorismo y Afganistán es pieza clave en este marco geopolítico.
Antes de Obama, los anteriores cuarenta y tres presidentes norteamericanos lideraron la pelea durante más de dos siglos por preservar la libertad de esta nación y del mundo entero. Unos y otros lideraron esa lucha. Sólo en el siglo XX sus antecesores en la Casa Blanca ganaron dos guerras mundiales y liberaron a millones de personas en el mundo del yugo de la tiranía, reconstruyendo Europa y llevando la libertad a varios rincones del planeta.
Ver ahora a Obama más preocupado por la lucha contra el calentamiento global que por acabar con quienes dan asilo a los terroristas en Afganistán resulta, cuando menos, una ofensa a la historia de este país, a las tropas estadounidenses, a las víctimas del 11-S y a cuantos creemos que la amenaza terrorista sigue hoy tan viva como hace ochos años. Los arrestos del FBI hace unos días en un barrio de Nueva York confirman que sigue habiendo tramas para atentar contra los ciudadanos norteamericanos.
Los cambios en el clima responden sobre todo a ciclos de la naturaleza y el ser humano poco o nada puede hacer para alterar dichos cambios o modificar sustancialmente el clima. A día de hoy, la amenaza para los estadounidenses y para las naciones que creen en la libertad no es el cambio climático, sino el terrorismo yihadista que sigue buscando el modo de golpear la libertad de Occidente. Obama lo sabe. La cuestión de fondo es si él realmente quiere ganar en Afganistán.