Coincidiendo con el ostentóreo desfile hacia la privacidad de defenestrados asesores áulicos, fulminados pedagogos de dos tardes, amortizados validos monclovitas, regurgitados renovadores de la nada y demás cadáveres exquisitos del infinito fondo de armario zapateril, llora, inconsolable, la vieja guardia en el hombro amigo de Cebrián. "En la preferencia del presidente del Gobierno hacia la juventud sobre la experiencia está quizá el error que ha podido propiciar estos lodos", gime Peces Barba al melifluo modo desde el oráculo de Opinión en El País. "El debate orgánico se ha sustituido por el cortesanismo", tercia, compungido, un diputado anónimo en la mismísima portada de la biblia socialdemócrata. "Las leyres y las bibianas han sustituido a los jáureguis y los sevillas", clama, en fin, otro airado histórico también con honores de primera.
Y lo dicen ellos. Ellos, que sin el menor expediente de oposición a la dictadura, sin currículo profesional, sin haber superado jamás filtro objetivo alguno, sólo al amparo de unas herrumbrosas siglas recién adheridas a otra memoria impostada, se toparon en 1982 con el país entero plegado a su caprichosa voluntad. Ellos, los padres putativos de la criatura, los que arrasaron hasta con el menor resquicio de meritocracia en la cooptación de los nuevos capataces del cortijo estatal. Ellos, el arbitrario fruto de una carambola del destino, de ahí que desarrollaran al punto esa psicología tribal tan suya, racionalización apenas encubierta de sus personales e intransferibles miserias. Por algo, en aquella inmensa agencia de colocación dio en teorizarse desde el primer día el desdén hacia la excelencia, rémora de un pretendido elitismo que –por la cuenta que les traía– se sentían llamados a extinguir.
¿O acaso ya han olvidado esas venerables plañideras cuáles fueron los sórdidos mimbres ideológicos con los que formaron a aquel bisoño arribista de León? ¿De qué se escandalizan, pues, al constatar que Zapatero en nada desmerece la anomalía generacional de sus precursores? ¿La cohorte de los nacidos a mediados de los sesenta no era el grupo demográfico que reunía a las gente más cualificada que hubiese producido nunca el país? Pues bien, en el seno de la gran familia socialista, los exponentes señeros de semejante salto cuántico resulta que respondían por Pajín, Aído, Blanco o Montilla, entre otras notorias lumbreras. Llantos,quejíos, suspiros, sollozos... Pero si deberían sentirse orgullosos. ¿O tal vez no les place reconocerse en su obra?