Menú

La generación mejor preparada de la Historia

En España hemos tenido muchos jefes de Gobierno que han escrito libros y artículos de renombre. Las obras completas del actual presidente del Gobierno cabrían en un librillo de papel de fumar.

Se repite, con sospechosa ausencia de sentido crítico, que la última generación de españoles jóvenes (alrededor de los 30 años de edad) es la más preparada de la Historia. Se trata de una leyenda urbana, como se dice ahora con expresión importada, para distinguirla de las leyendas tradicionales. Es leyenda porque es pura fantasía (no responde a los hechos) y porque se emite con un propósito espurio, en este caso, fomentar el espíritu triunfalista o nacionalista que tanta satisfacción comporta.

En todas las leyendas hay un punto de verdad que es lo que les otorga respetabilidad. En este caso el hecho verdadero es que nunca como ahora ha habido una tasa tan elevada de jóvenes que han sido estudiantes. Más aún, nunca ha habido tantos jóvenes salidos al campo laboral con su título o grado escolar. La comparación se puede hacer en términos absolutos o relativos al tamaño del estrato de población. La radical novedad de ese resultado es que la tasa de escolaridad así medida es todavía más elevada para las mujeres que para los varones.

El hecho anterior es compatible con la falacia que aquí vengo en denunciar. Afirmo que esa última generación no es la más preparada de la Historia. Dicho de otro modo, el paso de las últimas generaciones por la vida española ha visto un lamentable declinar en la preparación de sus efectivos. Cierto es que los jóvenes saben más de informática y técnicas afines que sus mayores, pero su ignorancia es oceánica en todo lo demás. Precisamente sobresale esa falla como contraste de que han recibido muchos años de escolaridad.

De entrada, resulta difícil sostener el enunciado de la leyenda cuando la actual generación de jóvenes españoles soporta un tercio de sus efectivos en paro. Ya sé que hay circunstancias externas y objetivas (la famosa crisis económica) que explican ese derroche. Pero, en una época de crisis económica, que también es tecnológica, debería desprenderse con más facilidad el exceso de trabajadores próximos a la edad de jubilación. Eso no ocurre. Cabe pensar, pues, que los jóvenes no se encuentran tan preparados para el trabajo como suele creerse. La explicación de esa rareza está en que la "preparación" incluye no solo los conocimientos adquiridos como las ganas de ejercerlos. Ahí está el nudo de la cuestión.

Mi experiencia de más de 40 años de profesor quizá no sea estadísticamente muy válida, pero es la mía. Cada año que pasaba he ido registrando la impresión de que los alumnos venían peor preparados, con menos conocimientos de base y con menos ganas de aprender. Luego he comprobado que esa misma impresión la tienen otros muchos profesores universitarios.

Hay algunas mediciones objetivas recientes de la capacidad de comprensión de los estudiantes españoles de Bachillerato. Desgraciadamente no podemos establecer la comparación de los niveles así obtenidos con los que podían darse la generación anterior. Pero sí podemos asegurar que, en esas pruebas, los adolescentes españoles están a la cola de los países europeos. A la cabeza suele situarse un país como Finlandia, que es más bien modesto en muchos extremos y que gasta poco en enseñanza. La explicación de ese contraste está en que los mozalbetes finlandeses conviven mucho tiempo con los profesores en los centros escolares y dedican muchas más horas a la lectura. Otra vez introduzco mi apreciación personal. Los jóvenes españoles actuales han leído muy poco, y eso que generosamente se añade ahora la lectura internética.

Al final de una generación, la prueba de la bondad de su preparación es que se produzcan eminencias que hagan aumentar los conocimientos científicos. Un indicador excelente puede ser el número de premios Nobel científicos. Pues bien, en España sólo hemos tenido uno, Santiago Ramón y Cajal, nada menos que en 1906 (Severo Ochoa fue premio Nobel como norteamericano). En los últimos años no ha habido ni candidatos españoles a esa distinción. Cierto es que los laureados se han concentrado en los Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Francia (por ese orden), pero hay una docena de países cada uno de ellos con varios premios Nobel. Por ejemplo, Suiza o Países Bajos han tenido 15, Italia 9 o Austria 6. Se objetará que España es hoy una formidable potencia industrial, cuando hace un siglo era un país mayormente agrario y de analfabetos. Cierto es. Pero por eso mismo sorprende el contraste de una joven generación tan poco preparada. Somos una potencia industrial; la prueba es que producimos varios millones de automóviles al año. Sólo que todos ellos se diseñan en otros países. En cambio, el Hispano-Suiza se produjo aquí hace casi un siglo. Otro ejemplo. En España tenemos hoy una respetable industria farmacéutica. Pero llega la infausta gripe A y no hay ningún laboratorio español que pueda producir la vacuna correspondiente.

Bien, la tecnología no es todo. En España hay un notable elenco de personas dedicadas al Derecho y las Humanidades. Es posible, pero ahí tenemos a los jueces del Tribunal Constitucional que en tres años no han logrado redactar una mínima sentencia sobre el Estatuto de Cataluña.

Las ilustraciones anteriores apuntan a que la clave no está tanto en los conocimientos adquiridos como en la aplicación del trabajo, el esfuerzo. Ahí está el verdadero fallo que se acrecienta año tras año. Las tasas de fracaso escolar y de abandono precoz de los estudios son altísimas y crecientes en la España actual a pesar de la facilidad de las pruebas. El absentismo laboral y estudiantil alcanza proporciones aterradoras. Todo en España respira fiesta. Los centros universitarios pueden vacar los viernes y los museos pueden cerrar los lunes.

La clave del rezago generacional está en una clase política poco instruida y mal seleccionada que no alcanza a diagnosticar bien los problemas colectivos y las consiguientes reformas necesarias. En concreto, el Gobierno actual está formado por un elenco de ministros particularmente bisoño e incompetente.

No admite comparación el nivel de conocimiento de los ministros actuales con los de los gobiernos anteriores, incluso los del Franquismo, la República o la Restauración. Quiero decir que los ministros actuales son literalmente unos analfabetos comparados con sus antecesores civiles, los de todas las tendencias. Tómese un solo ejemplo. José Blanco es el actual ministro de Fomento (y quizá el más vocal del Gobierno de Zapatero) y lo fue también José Echegaray hace más de un siglo. Pero Blanco no pasó de los primeros años de carrera y es incapaz de hilvanar frases correctas. Echegaray fue ingeniero de Caminos (número 1 de su promoción), profesor y director de la Escuela de Caminos, autor de monografías científicas y de obras literarias, director de la Academia de la Lengua Española y premio Nobel de Literatura.

En España hemos tenido muchos jefes de Gobierno que han escrito libros y artículos de renombre. Las obras completas del actual presidente del Gobierno cabrían en un librillo de papel de fumar.

Una tesis tan errónea como la que aquí llamo leyenda ("la generación mejor preparada de la Historia es la actual") se mantiene porque los que la aducen medran muy bien a la sombra del poder. Lógicamente los gobernantes poco instruidos se sienten halagados por la tesis de la generación joven más preparada de la Historia. Se comprende ahora que Gregorio Peces Barbas haya criticado al presidente Zapatero el criterio de preferir la juventud a la experiencia en la formación de sus gobiernos. Lo peor es que cuando se interioriza esa leyenda como si fuera un axioma, se elimina el deseo de aprender. Eso produce una gran capacidad para gozar de la vida. De eso se trata. Los jóvenes actuales son maestros de la holganza, de la fiesta. Naturalmente, hay excepciones, pero no debe olvidarse que la Demografía es la ciencia de los grandes números.

En Sociedad

    0
    comentarios
    Acceda a los 2 comentarios guardados

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Escultura