Arenys de Munt
La Ítaca de los independentistas no es la independencia, sino el propio independentismo en sí, esa compulsiva agitación permanente que tan rentable se ha revelado a lo largo del último cuarto de siglo.
Quizá el peor malentendido histórico a propósito del catalanismo radica en conceder que su objetivo último sería la independencia. Sin embargo, nada más lejos de sus intenciones. Al contrario, lo que en verdad ansían los nacionalistas es seguir fantaseando a diario con la secesión, pero desde la certeza fáctica de que tal eventualidad no llegue a producirse jamás de los jamases.
Y es que la Ítaca de los independentistas no es la independencia, sino el propio independentismo en sí, esa compulsiva agitación permanente que tan rentable se ha revelado a lo largo del último cuarto de siglo. Por lo demás, nadie se engañe: lo suyo es el toreo de salón. De ahí el gran éxito de crítica y público que ha cosechado el referéndum-charlotada de Arenys de Munt, otro de esos triples mortales de boquilla tan caros a la aguerrida marinería de agua dulce que integra la escuadra de Mas, Duran, Puigcercós, Saura & Cía.
Como también de ahí esa desconcertante, obscena promiscuidad civil que, sin escándalo aparente de nadie, lleva a contemplar a Joan Laporta departiendo en alegre camaradería con Frederic Bentanachs, uno de los fundadores de Terra Lliure, convicto condenado a varios años de cárcel por la comisión de múltiples atentados criminales, algunos de ellos perpetrados en comandita con ETA. Pública connivencia moral entre el estabishment y los márgenes del lumpen político que igual se manifestó en la performance de Arenys de Munt, inopinada meca del seny por la que el domingo desfilaron multitud de representantes institucionales con tal de rendir pleitesía al alcalde que patrocinó el espectáculo.
En fin, radiantes y felices como niños con zapatos nuevos, acaban de descubrir un nuevo juguete: los referendos de la Señorita Pepis. Porque habrá más, muchos más; sobre todo, a medida que se acerquen los comicios domésticos de 2010. Puigcercós ya lo ha anunciado: el radicalismo vacuo de la Esquerra se aferrará a esos simulacros escénicos con tal de seguir disputándole a Convergència el espacio del sentimentalismo identitario. Una huida, otra, extramuros de la lealtad constitucional a la que tampoco será ajeno ese cadáver insepulto que se hace llamar Iniciativa per Catalunya.
No obstante, que vayan con mucho cuidado: el día menos pensado, el resto de España, harta de tanto circo, podría reconocerles la victoria.
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