Nadie juzgue como excepcionales, o peor, nadie se lamente cínicamente de los actos de violencia que estamos viendo en Cataluña en los últimos tiempos. Nadie diga que son una excepción de eso que conocemos por la extraña expresión: "nacionalismo democrático". Por el contrario, todos esos fenómenos violentos parecen la lógica consecuencia del experimento que las elites políticas catalanas, en colaboración con las del resto de España, han puesto en práctica en ese territorio español desde hace más veinte hace años.
Los frutos de ese terrible experimento político están a la vista: por un lado, la casta política pretende engañarnos con el falso y cínico argumento de que el Tribunal Constitucional, cada vez más deslegitimado, podría solucionar la quiebra del Estado de derecho que hoy vive España sólo con una sentencia desautorizando el estatuto de Cataluña; por otro lado, nadie más que un necio podría negar lo que es comprobable: empobrecimiento de Cataluña, enriquecimiento de sus elites políticas y violencia.
Violencia, sí, mucha violencia, odio y resentimiento hacia el propio Estado de derecho nos tocará ver todavía, pero nadie se escandalice por esos resultados, porque eso sólo será el comienzo, desgraciadamente, de algo que muchos demócratas venimos denunciado hace décadas: ningún territorio de una nación jamás se ha separado sin sangre. La violencia desatada por los independentistas en la Diada y Arenys de Munt irá a más. El precio de este juego demoníaco de toda la elite política catalana no saldrá gratis.
Destrozar el Estado de derecho desde dentro, y sin que se note demasiado por parte de los ciudadanos, ha sido y es sin duda alguna el objetivo de los independentistas catalanes con la anuencia del resto de la elite política. Pero ahora, cuando la crisis arrecia y Montilla y sus socios son cuestionados con gritos en español de los obreros en paro, parece necesario dar un nuevo impuso al "proceso" independentista. Pareciera que esta elite política, sin ningún liderazgo democrático fuerte, hubiera intuido que está tocando fondo e intentase probar la vía de la violencia explícita... Se han percatado de que dar un golpe de Estado perfecto, algo parecido a lo del 11-M, no es tan fácil. Ellos no tienen la inteligencia suficiente para hacerlo sin sangre, o peor, con "sangre calculada". Tampoco sin que se les note que son los artífices de la violencia.
En cualquier caso, creo que ahora sí parecen dispuestos a probar, en realidad están obligados, la violencia desnuda, el enfrentamiento entre secesionistas y defensores de la democracia española. Y en eso estamos: asistiendo a la prueba del grito, el insulto y, en fin, todo eso que limita con la política, la violencia. Los políticos tratarán de manejarla a su favor, pero desgraciadamente, quizá más pronto que tarde, se les podría ir de las manos. Después de todo, el estatuto de Cataluña no llegó a ser refrendado ni por el 28% de la población, y pesar de la inmersión lingüística y 30 años de antiespañolismo instalado en el poder de las instituciones catalanas, el nacionalismo catalán sigue siendo una estrategia de elites políticas antes que de masas. Cataluña no es, que más quisieran los independentistas, la Checoslovaquia a punto de escindirse con una revolución de terciopelo. No, no, Cataluña no se parece en nada a la antigua Checoslovaquia.
El experimento de la república catalana tiene que pasar la última prueba de validación. Se necesita "coraje" para dar el último asalto... Pues que el independentismo nacionalista, a pesar de todas las ayudas del régimen, es minoritario. No tienen otra solución que imponerlo a través de la violencia. Por eso, precisamente, violenta todas las reglas del Estado de derecho con un referéndum en Arenys de Munt. A partir de ahora, asistiremos a muchos más enfrentamientos violentos.
En fin, la violencia provocada por el experimento "totalitario" de las elites políticas catalanas traerá más violencia. No lo duden. Preparémonos para lo peor.