Los italianos, en general, y Berlusconi, en particular, no tienen buena prensa en España. Solemos lamentarnos de lo bonita que sería Italia sin los italianos. Los tenemos por cobardes, sinvergüenzas y caraduras y el que más y el que menos puede contar alguna historia de sinsabores sufridos en Italia por haber sido víctima de una pequeña estafa. En su descargo, puede decirse que llevan quince siglos padeciendo invasiones de extranjeros, por mucho que ahora sean pacíficas. Y, aunque saben que en parte viven de ellos, hace tiempo que les perdieron el respeto. Nosotros, que apenas llevamos cincuenta años recibiendo turistas, no somos mejores porque hay que ver el trato que damos a los "guiris" en las zonas donde se concentran. Siempre decimos que españoles e italianos nos parecemos, pero que ellos son algo peores. Y yo me pregunto dónde tenemos nosotros una fábrica como la de la Ferrari, la Maserati o la Lamborghini, qué diseños hacemos que puedan compararse con los suyos o si nuestra escuela pública soporta alguna comparación con la de ellos.
Pero hoy no me interesan tanto los italianos como su presidente, Silvio Berlusconi. Las opiniones que en España hay sobre dirigentes extranjeros suelen estar muy condicionadas por la ideología. Sin embargo, sucede con algunos personajes de izquierda que todos los españoles los adoran. Es el caso de Obama. En cambio, hay dirigentes de derechas que no hay celtíbero al que le gusten. Berlusconi es el mejor ejemplo. Naturalmente, su primer defecto es ser rico. En España, sólo hay dos formas de hacerse disculpar eso. La primera es escondiendo la cabeza. Si la asomas, te la cortan. Que se lo digan si no a Mario Conde. La otra es hacerse de izquierdas, como Polanco o Roures. Berlusconi no ha hecho ninguna de las dos cosas. Es su pecado más gordo.
Al italiano se le acusa también de haber corrompido políticos y funcionarios. Es cierto, pero no fue él quien puso las reglas. Fueron décadas de gobierno de la democracia cristiana con la ayuda de comunistas y socialistas las que convirtieron a Italia en una cleptocracia. Hay que ver lo bien que por entonces se llevaba Felipe González con Bettino Craxi. Berlusconi no hizo otra cosa que atenerse a las normas, como toda Italia. Hasta que el país se hartó y mandó al garete a aquel régimen de meapilas y pijorojos. Y Berlusconi contribuyó a hacerlo. Es probable que el resultado no haya sido óptimo, pero es mucho mejor que lo que había.
Por último, acusamos al Cavaliere de que le gustan las prostitutas. Tiene guasa que nosotros nos escandalicemos por esto. A ninguno de nuestros presidentes le ha dado nunca por ahí. Pero el presidente del Milan nos podría decir unas cuantas cosas acerca de los muchos escándalos que impávidos aguantamos en nuestro país y recordarnos lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio y jamás lo ha hecho.
Estamos convencidos de nuestra superioridad sobre los italianos porque en España un personaje como Berlusconi jamás llegaría a la presidencia del Gobierno. No deberíamos estar tan seguros. Si reflexionamos, quizá concluyamos que a lo mejor los que son superiores a nosotros son los italianos porque el que nunca hubiera llegado a presidente allí es un personaje como Zapatero.