Conclusiones de Giambattista Vico en La ciencia nueva, de 1744:
Los pueblos libres buscan sacudirse el yugo de sus leyes y quedan sometidos a monarcas. Los monarcas buscan fortalecer su posición envileciendo a sus súbditos con todos los vicios de la disolución, y los disponen para soportar la esclavitud a manos de naciones más fuertes. Las naciones buscan disolverse, y lo que queda de ellas huye a los montes en busca de refugio, donde, como el ave fénix, resurgen otra vez.
Descripción útil para comprender la España actual, ya en clara huida hacia los montes, pero que, mientras corre, todavía mantiene un discurso obsoleto. En esta desbandada, habrá que estar muy atentos a ciertas dinámicas, en las que van a destacar los adolescentes como centro de muchas miradas hostiles.
La tentación de situar a los menores en el centro del debate político es una técnica vomitiva y recurrente que requiere de la connivencia mediática. Basta con consultar los estudios coordinados por Stuart Hall, especialmente su célebre Policing the crisis, escrito en 1986, para hacerse una idea del mecanismo. Se centra Hall en la cobertura que la prensa británica dio entre 1972 y 1973 a una oleada de atracos y asaltos y concluye que, en vez de analizar casos individuales, como sería su obligación, los periodistas redefinieron el problema señalando áreas y franjas etarias (los jóvenes en este caso). La vieja técnica de los estereotipos y las formas binarias del ellos versus nosotros como tranquilizante para una sociedad en crisis.
El imaginario progresista-conservador y su discurso oficial no se atreven, de momento, a situar a los inmigrantes o a los desempleados en la categoría ellos, de ahí que resulte más cómodo elegir como diana a los menores cuando suena, o se hace sonar, la campana de la alarma social. Los menores, nuestros jóvenes, como suele decir la mayoría de los periodistas (el posesivo también se utiliza para ancianos y niños), merecen, según el consenso, una Ley del Menor. El PP, por ejemplo, ya ha anunciado que presentará en el Congreso una proposición de ley que incluirá la solicitud de reducir la edad penal a los 12 años de los menores que sean multirreincidentes o que cometan delitos de especial gravedad como violaciones o asesinatos. Y todo eso está muy bien, pero siempre y cuando se reforme antes la Ley del Mayor. Es decir, cuando el conjunto de la sociedad adulta responda por su comportamiento irresponsable en todos los ámbitos, estaremos entonces en condiciones de exigir a los menores un comportamiento en consonancia con nuestras acciones. De lo contrario, la ley del menor se convierte en un nauseabundo número de trilero para ocultar la injusticia e impunidad reinantes en la sociedad, una forma abyecta de concentrar los males comunes en un grupo o categoría.
Lo hemos hecho todo mal y ahora nos toca pagar por ello, probablemente en los refugios del monte, con intereses del cincuenta por ciento y sin calefacción. Como español adulto, estoy dispuesto a asumir mi parte de la deuda. Y los menores, a aprender de nuestro ejemplo, que, de momento, no puede ser más lamentable.