A Ángel Viñas le gusta Stalin
Stalin, cuya simpatía por la democracia era incluso menor que la de Hitler, perseguía en España otros objetivos: precisamente hacer de nuestro país el teatro de la guerra entre las democracias y Alemania, dejándole a él como árbitro.
Y no le faltan buenas razones: Stalin defendió la democracia española frente a los asaltos fascistas, mientras Francia y sobre todo Inglaterra dejaban abandonados a los valerosos luchadores españoles por la libertad. Cierto que luego se alió con Hitler para repartirse amistosamente Polonia, pero lo hizo porque no tuvo más remedio, ya que las detestables democracias occidentales mantenían una política favorable a los nacionalsocialistas, despreciando los esfuerzos stalinianos por cerrar el paso al peligro totalitario. Si acaso se puede objetar al "padrecito Stalin" no haber aprovechado debidamente, dice Viñas, el acuerdo con Alemania para prepararse mejor contra ella, un caso de ingenuidad no extraño en quien se había portado entonces tan bien con la causa de la libertad, viéndose decepcionado por quienes más debieran haberla servido.
Por otra parte, asegura nuestro historiador, quienes demostraron la mayor perspicacia fueron los "republicanos españoles" al insistir en que los sucesos de España eran el preludio de la guerra general europea: "Fue una valoración genuinamente sentida por la mayor parte de quienes conocían las realidades internacionales de la época". Hay que reconocer que el Stalin de Viñas y los que él llama republicanos españoles (los componentes del Frente Popular) tuvieron una visión de linces. La propaganda staliniana nunca ha dejado de insistir en esos tópicos, que Viñas lamenta mucho hayan quedado un tanto desbordados por los que llama "historiadores franquistas y neofranquistas", y por "policías, soldados, clérigos, periodistas y académicos complacientes". Gentuza, vamos.
Y sin embargo uno tiene la impresión de que Viñas –que tuvo bajo su detestado franquismo cargos de cierta confianza– comete algunas omisiones inesperadas en un historiador tan brillante. Al igual que la propaganda staliniana, habla solo de la amenaza nacionalsocialista, pero olvida el carácter totalitario, expansivo y amenazante del marxismo soviético. Algo que Londres y París no olvidaban ni por un momento. Es decir, el problema europeo, desde el punto de vista de la democracia, se ventilaba entre dos amenazas a cual peor: la nazi y la soviética. Y era preciso tener en cuenta ambas. Por eso la política de Francia e Inglaterra fue algo más compleja de lo que supone el olvidadizo Viñas. Tenía alguna semejanza con la de Polonia, que detestaba a Hitler, pero más todavía a Stalin, cuyas intenciones conocía bien, y cuyas ofertas de "protección" contra a Alemania le causaban escalofríos. Teniendo esto en cuenta, se entiende mejor la conducta de las democracias, que para el desmemoriado Viñas es a medias enigmática y deleznable.
También resulta un tanto olvidadizo Viñas cuando ensalza –al menos implícitamente– la conducta del Kremlin en España, que él cree orientada tan solo a detener a las potencias fascistas (que en España, otro olvido significativo, nunca tuvieron ni la cuarta parte de influencia y poder que la URSS en el Frente Popular). Stalin, cuya simpatía por la democracia era incluso menor que la de Hitler, perseguía en España otros objetivos: precisamente hacer de nuestro país el teatro de la guerra entre las democracias y Alemania, dejándole a él como árbitro; y de paso, en una política sólo en apariencia contradictoria, controlar el Frente Popular por medio de su poderoso partido agente, el PCE –que ni siquiera estaba dirigido por españoles, sino sucesivamente por Codovila o Togliatti. Creo que Viñas peca de un análisis simplista, achacándoselo por las buenas a Stalin, quien, desde luego, tenía una inteligencia bastante por encima de la de nuestro historiador, sin que por ello la de éste sea escasa.
No menos sorprende Viñas cuando trata de defensores de la libertad al conglomerado de golpistas, stalinistas, marxistas radicales, anarquistas y racistas que constituyó el Frente Popular. Lo he señalado muchas veces, pero el señor Viñas quizá ha perdido oído con la edad y no acaba de enterarse.
Planteemos la cuestión en términos más realistas: Stalin quería ante todo que la guerra se alejase de sus fronteras y estallase entre Alemania y las democracias –eso fue lo que básicamente intentó en España y después–, lo que le reportaría inmensas ventajas mientras las "potencias burguesas e imperialistas" se desangraban (era precisamente lo que temía Franco). Alemania quería, ante todo, atacar a la URSS, pero primero debía despejar sus espaldas occidentales para evitar la lucha en dos frentes. Y las democracias se debatían entre las dos perspectivas mencionadas: un triunfo nazi o un triunfo soviético en Europa. Como a Stalin, les interesaba alejar la guerra de sus fronteras, y el mal menor sería que ésta se produjera entre la URSS y Alemania: de ahí las concesiones iniciales a Hitler, que Stalin vio, correctamente, como un peligro para él, adelantándose mediante el Pacto germano-soviético que precipitó, de modo favorable para él, un conflicto ya muy difícil de evitar. Si nos olvidamos de la propaganda de unos y otros y nos fijamos en los condicionantes reales de la época, los sucesos resultan mucho más inteligibles.
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