El otro día tuve un sueño delicioso. Me desperté y durante un instante la sonrisa se transformó en risa. Pero bastó levantarme de la cama para que esa alegría se desvaneciera para siempre. ¿Por qué será que los sueños felices son escasos y, además, no se recuerdan? ¿Por qué no procuramos revivir durante el día la dicha conocida en la noche? Seguro que Freud tiene una explicación, pero no seré yo quien entre por esos vericuetos del alma, entre otras cosas, porque por más esfuerzo que hago no consigo saber de qué me reía. Quizá soñaba que Zapatero desaparecía de la escena política. Soñaba que soñaba. Nada.
Por el contrario, soy capaz de recordar con pelos y señales la terrible pesadilla que me provocó la frase de Zapatero: "Ya ha pasado lo peor de la crisis". Soñé, en efecto, que lo peor de la crisis para Zapatero pertenecía al pasado. Él solito había conseguido superarla. No hallé en esas palabras una defensa de su carencia de política económica, sino un presagio de lo que nos espera al resto de los españoles. Vi con horror que el futuro, todo el futuro político de España, pasa por Zapatero. Soñé que, a pesar de los visibles síntomas de descomposición del poder socialista, Zapatero decía la verdad; para él ya ha pasado lo peor, pues que ha conseguido que los españoles asumamos que viviremos en la crisis económica y, por supuesto, moral por los restos de los restos.
La España de Zapatero vuelve a reinstalarnos donde estuvimos mucho tiempo. Aquí no hay salida. Es la actitud seductora y terrible de las almas toscas, del gentío fácilmente resignable a todo lo que le echen. Se acepta la desaparición de lo mejor como una maldición bíblica. O aguantas el régimen o revientas, repite incansable y cínicamente Zapatero. La propaganda socialista es de tal efectividad que el futuro político, la democracia española, no pudiera existir sin Zapatero; o peor, uno tiene la sensación de que Zapatero nos hubiera acostumbrado a los españoles a sobrevivir instalados en la indigencia moral. Y política.
El estaribel político es percibido como un régimen del que nadie tiene ímpetu moral para desmarcarse. La carencia absoluta de medios intelectuales y morales para hacer frente al populismo de Zapatero es de tal calibre que produce horror: se diría que la mayoría de los españoles, por ser suaves, viven con cierta comodidad en la indigencia. Sí, sí, indigencia es comprobar que Corbacho, el ministro de Trabajo, diga que él no puede hacer nada por resolver el problema del paro y, más tarde, después de criticar que es una incoherencia decir tal cosa, comprobemos que es verdad tal declaración.
Indigencia es, en fin, que diga lo que diga Zapatero, y haga lo que haga, nadie sea capaz de rebatirle con precisión y contundencia sus majaderías; por ejemplo, ¿dónde estaba Rajoy cuando Zapatero escupió la frase: "Ya ha pasado lo peor de la crisis"? ¿Por qué nadie con un poco de claridad no fue capaz de contestarle: "Sólo cuando Zapatero desparezca de la escena política España empezará a superarse la crisis"? Indigencia es que en un momento crucial, insisto, de descomposición del poder socialista, Zapatero pueda convocar, a la vuelta de la presidencia de la UE, elecciones anticipadas y ganarlas. ¿Ganarlas? Sí, sí, ganarlas porque, aunque el PSOE está descomponiéndose, la oposición sigue noqueada y maniatada en sus propias contradicciones.