¿Hasta dónde llega el cambio en el País Vasco? En relación a la lucha contra el entramado social de ETA a través de la Consejería de Interior, el uso de las fuerzas de seguridad contra la banda está siendo claro y decidido. Incluso con pasos audaces e impensables: con Rodolfo Ares, la Ertzaintza ha penetrado en el recinto festivo de las fiestas de Bilbao, clausurado herrikos y barracas políticas, detenido manifestantes y disuelto concentraciones. La ley se ha aplicado de raíz, y lo mismo se disolvía a padres de presos que se arrancaban carteles de un bar por la fuerza. Sorprenden gratamente estas actuaciones decididas, directas, sin letra pequeña ni maquillaje, que ponen de manifiesto la voluntad de cambiar la Ertzaintza y de hacer saber que la Ertzaintza cambia.
Pero por otro lado, la política del cambio esconde una calculada ambigüedad en temas socio-culturales. Más allá de la lucha contra ETA y las llamadas al cambio, su discurso es vago y abstracto. El esperado cambio en el dichoso mapa del tiempo de ETB no es tal, y sigue manteniendo a Navarra, pero maquillándola lo suficiente; la bandera española ha entrado en Ajuria Enea, pero en un mástil portátil y en pequeño; y el euskera por ahora no se toca. Pero el caso de la educación es el más grave, por su alcance histórico y la relación directa con el terrorismo de ETA. Podría pensarse que es cuestión de tiempo, pero los responsables socialistas ya anunciaron, por boca de la consejera de Educación que defienden la existencia de "Euskal Herria", la piedra filosofal sobre la que se asienta todo el nacionalismo vasco, desde el PNV a ETA.
Así que con un simple vistazo encontramos dos actitudes no sólo distintas, sino contradictorias: a nivel policial, el Gobierno de Patxi López está haciendo una buena labor de lucha contra el entorno proetarra. Pero a nivel cultural, más allá de la propaganda, los cambios son inexistentes, aceptando y expandiendo los postulados básicos del nacionalismo, tanto no violento como criminal.
¿Debe sorprendernos? No. Ambas cosas pertenecen a la tradición socialista en la lucha contra ETA. Por un lado, las medidas de dureza contra la banda, legales e ilegales, policiales y parapoliciales. Al PSOE nunca le ha temblado la mano si de combatir a ETA se trataba. Lo ha hecho con la ley en la mano, al margen de la ley o contra ella, mostrando cuando le era necesario una determinación sin límites. Por otro, al mismo tiempo ha colaborado con el nacionalismo, tanto institucional como culturalmente, con la deslegitimación intelectual y moral de la nación española. La historia reciente, con González y Zapatero, muestra como el PSOE combate a ETA pero al mismo tiempo refuerza institucional y culturalmente al nacionalismo, con el que acaba pactando, cuando no negociando directamente con ETA.
Con lo que llegamos al punto clave: los socialistas, a diferencia de los populares, siempre han entendido la lucha contra ETA en sentido instrumental. Como medio para otros fines. En el caso de los populares, éstos están –o estaban– claros: defensa de la Constitución y de la nación española y rechazo del nacionalismo vasco por antiliberal y antiespañol. Razón por la cual la lucha policial contra ETA y la batalla de las ideas contra el nacionalismo debieran ir de la mano. Para el PSOE no es así. Zapatero y López no creen ni en la Constitución –liquidada por el Estatuto impulsado por ZP y alabado por López– ni en la necesidad de derrotar al nacionalismo, con el que pactan habitualmente.
Ante ETA, no puede aislarse la política policial del resto de la política antiterrorista, institucional y cultural. Separadas del resto de la política de López, las medidas contra ETA pierden su sentido. Y cuando se aborda en su totalidad, se comprueba que, en lo fundamental, el PSE mantiene los mismos postulados y el mismo comportamiento ante el nacionalismo, que los cambios son maquillaje, y que, en lo sustancial, López mantiene su intención de no desairar al PNV y no abordar las causas institucionales y culturales de las que se nutre ETA. Hay una política contra ETA, pero la política no es de lucha contra ETA. En este contexto, el alcance del cambio es relativo, y el ardor de Ares –negociador con ETA– con la Ertzaintza no es suficiente para descartar ni pactos con los nacionalistas, ni una nueva negociación con ETA o sus brazos políticos, convenientemente domados, ahormados y forzados por los golpes policiales. Mucho nos tememos que el futuro puede venir por aquí.