España desintegrada
El proceso de desintegración, que comenzó con la aprobación de una de las Constituciones más perversas que ha dado la historia de Europa, la del 78 español, terminó el mismo día que se aprobó el Estatuto de Cataluña.
La suerte está echada. El Estatuto de Cataluña consolidará el Estado de las 17 Taifas. No se trata, como algunos listos creen, de un conflicto de legitimidades ni tampoco de un enfrentamiento entre el derecho y la política. Todo eso a los socialistas les trae al pairo. Se trata, simple y llanamente, de la destrucción de una nación para "gobernar" más fácilmente sobre la desvertebración de sus territorios. Ahí están de acuerdo obviamente los nacionalistas y los socialistas, pero, si me apuran, también muchos peperos se acercarían a esa concepción de la política que mata la tradición de la nación española. He ahí la tragedia de la democracia española: una democracia sin nación. Un imposible.
Eso no es, por desgracia, un juego de palabras. Es un hecho. Los españoles no viven la desintegración de España. Ojalá. Eso significaría que aún tiene remedio la deriva de la democracia hacia el totalitarismo impuesto por una elite política, casi una casta, que ha convertido la idea de nación española en una pantomima a su servicio. El gentío, eso que llamamos pueblo español, vive hace tiempo en una España desintegrada. Todo el mundo sabe que la mayoría de la elite política catalana no se considera española, pero necesita expoliar a España para su supervivencia. Cataluña vive de lo que mata. Es la comunidad parasitaria por excelencia de Europa; otro tanto, naturalmente, se podría decir del País Vasco y Navarra.
Las elites políticas de esos territorios sobreviven de ese asunto clave, a saber, la destrucción de España lenta y parsimoniosamente sin que el personal del resto de España se percate del doloroso acontecimiento. Por lo tanto, nadie se llame a engaño sobre el rollo del Estatuto de Cataluña y el Tribunal Constitucional. Este último organismo es sólo una figura, un paso sin mayor importancia, para consolidar lo ya existente: la desaparición de la nación española sin que el populacho se entere, sin que los mejores ciudadanos tengan que sufrir más de la cuenta. El Tribunal Constitucional es un adorno ajado e inservible siquiera como elemento decorativo. En otras palabras, el proceso de desintegración, que comenzó con la aprobación de una de las Constituciones más perversas que ha dado la historia de Europa, la del 78 español, terminó el mismo día que se aprobó el Estatuto de Cataluña, que levantaba su legalidad sobre la muerte de lo más digno del texto constitucional.
Nadie, pues, se rasgue las vestiduras ante las presiones de los políticos catalanes al Tribunal Constitucional para que este "legitime" la existencia de una España desintegrada. Por desgracia, a la altura de esta película, este Tribunal no tiene legitimidad ni para justificarse a sí mismo. El asunto es más trágico. Y sobre esa tragedia, apenas perceptible para una ciudadanía que fue hace tiempo convertida en populacho por la llamada casta política española, baila su rigodón el presidente del Gobierno. Éste no espera otra cosa del Tribunal Constitucional que no sea la convalidación de lo que él ha promocionado, o sea, el Estatuto de Cataluña es la consumación de la desintegración de España.
De ahí que no tenga ni pies ni cabeza que algunos analistas políticos digan que Rodríguez Zapatero está temblado ante el veredicto del Tribunal Constitucional. Pobres. No entienden nada. Escriben de política sin conocer sus bases que, en este caso, no son otras que las dictadas por el propio Zapatero, quien quiso que este Estatuto fuese la confirmación de su política, a saber, España como nación es un concepto discutido y discutible. Zapatero está ganando, o mejor, ha ganado. Su arrojo, su envalentonamiento y, en fin, su imprudencia se han impuesto sobre el resto de sus adversarios. Tampoco, dicho sea de paso, se necesitaba demasiada temeridad, pues que, como nos enseñó Aristóteles, las constituciones políticas cuanto más malas son, tantas más preocupaciones y prudencias exigen; es el caso de la Constitución del 78, que es una de las peores escritas en toda nuestra historia, especialmente sobre la cuestión de la unidad de España...
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