Esta seccioncilla es esencialmente polémica, no en el original sentido de "referido a la guerra", sino referido al arte de guerrear, que nos acerca más al deporte. Así pues, tómense las diferentes opiniones que aquí aparecen como ejercicios de la inteligencia para cultivarla.
Julio Berzosa Illana no está de acuerdo con mi proposición de que, en muchos textos, la parte que se expresa en forma de preguntas no suele ser muy útil para interpretarlos. Tengo que matizar mi proposición. Claro es que las preguntas son una buena técnica indagatoria. Si lo sabré yo que he dedicado casi toda mi vida profesional a levantar encuestas. Es más, las preguntas bien hechas son una técnica estupenda para suscitar opiniones, para hacer pensar. Tengo publicado, incluso, un libro entero que se titula El libro de las preguntas. Tiene una gran tradición el método socrático de buscar la verdad preguntando. Ahora bien, lo anterior no empece para mi recomendación de que, en los textos corrientes (por ejemplo, en los artículos periodísticos), las frases o los párrafos entre signos de interrogación no suelen ser muy útiles para extraer la sustancia del texto. Mi experiencia lectora me dice que las preguntas reiteradas son menos interesantes que las respuestas, por lo mismo que las frases afirmativas son más claras que las negativas. Digamos que se trata de principios de hermenéutica práctica, de cocina.
José Francisco Gago Bohórquez opina que las frases con la fórmula "en honor a" no son correctas. Para el gusto de don José Francisco habría que optar por "en honor de". Tanto es así que, en opinión de mi corresponsal, "cuando oigo a un periodista decir esas tonterías [como en honor a] apago la radio". Hombre, no se ponga usted así. Cierto es que generalmente suena mejor "en honor de", pero, en honor a la verdad, también se puede recurrir al sintagma "en honor a" con toda legitimidad.
Pedro Manuel Araúz-Cimarra (Manzanares de la Mancha, Ciudad Real) certifica que, incluso con el telescopio Hubble no es posible ver las huellas de los astronautas sobre la superficie de la Luna. Así pues, don Pedro Manuel sigue con la duda de si los astronautas norteamericanos pisaron la Luna en 1969. No salgo de mi asombro. No me cabe en la cabeza que no se puedan fotografiar los innumerables objetos que han ido dejando sobre la Luna las distintas misiones espaciales. Espero que con el nuevo telescopio óptico (el mejor del mundo en su género), inaugurado recientemente en Canarias, se pueda dar cuenta de la cacharrería que abandonaron los astronautas sobre la superficie de la Luna. Esa sería la foto del año.
José R. Perdigón (Greenhills, San Juan del Monte, Filipinas) me recuerda la relatividad del concepto de "Occidente". La razón es que Filipinas, desde España, es el extremo Oriente o el Occidente extremo, según la dirección que uno tome. En efecto, eso es así, pero precisamente esa es la gracia de la noción de los puntos cardinales, que cada uno es relativo a su opuesto. Esa abstracción es sumamente útil, pues en el espacio realmente no hay arriba o abajo, derecha o izquierda. Pero esas ideas permiten orientarse. Es curioso que se diga "orientarse" y no "occidentarse"; por lo mismo el norte es la guía fundamental, no el sur. En Madrid había antes una "carretera del Este"; ahora es la salida hacia la A-2 o la R-2. Vaya por Dios.
José Luis Fernández Escudero comenta la moda de los eufemismos para aludir oficialmente a las situaciones de incapacidad. Ahora son discapacitados y antes fueron minusválidos. Incluso lo de "mayores" es para sustituir a "viejos". Don José Luis es "cojo de muletas, y tengo una incapacidad absoluta y permanente. No me considero insultado por ser cojo o minusválido, y la única habilidad que he desarrollado por tal circunstancia es la de andar con bastones mejor que muchos con otras valías". Añado que Cervantes y Valle Inclán eran mancos; Quevedo era jorobado; Borges, Galdós y Concha Espina, de viejos, eran ciegos.
José Mª Navia-Osorio considera extemporánea la comparación que yo hacía entre la actual crisis económica y la epidemia de peste de 1350. Para el de Oviedo la comparación debe hacerse con la depresión de 1929. Puede que, efectivamente, la comparación que yo hago con la epidemia de 1350 resulte un tanto extravagante, pero sigo manteniendo que la actual crisis económica es algo más que económica y bastante más que financiera. Mi impresión es que estamos ante una profunda quiebra de valores que, como consecuencia, va a llevar a un gran retroceso económico, por lo menos en los países occidentales. La quiebra de valores (el del esfuerzo, el de la innovación técnica, entre otros) nos lleva a un grave detenimiento tecnológico. Por ejemplo, esta es la hora en la que tendría que estar en marcha la energía de fusión nuclear. En España el atraso es tal que ni siquiera se levantan nuevas plantas de fisión nuclear, hoy por hoy la forma más rentable de energía. Hacia 1350, por culpa de la epidemia, se produjo también una detención del progreso técnico. El Renacimiento se retrasó un siglo, y en España se pospuso la culminación de la Reconquista.
José Mª Navia-Osorio, a propósito de la gripe de 1918, con su autoridad galénica, me dice: "Está usted confundido con la estacionalidad de la gripe. La epidemia se presenta en otoño y se mantiene durante el invierno, pero en la primavera ya ha desaparecido". Me rindo ante la sabiduría del de Oviedo, pero reitero el hecho de que la gripe de 1918 apareció en la primavera en el hemisferio norte y luego se recrudeció con una segunda ola en el otoño que se extendió a todo el mundo. La gripe actual (llamada A) ha aparecido también en primavera. No sabemos qué pasará en el otoño. Otra cosa es común a las dos epidemias: afectan sobre todo a la población joven y a las personas con otras patologías.