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Joan Valls

Divide y dividirás

La mejor manera de controlar una civilización como la hispanoamericana no es aplastándola, como se hizo innecesariamente, por ejemplo, con el Gobierno de Arbenz en Guatemala, sino dividiéndola en binomios irreconciliables.

La división del enemigo siempre se ha visto como un medio para derrotarlo. La victoria, ya sea moral o material, constituía el fin y, en consecuencia, el paradigma mismo. Pero este planteamiento de las relaciones humanas sólo tiene utilidad en objetivos relámpago y cortoplacistas. Para convencer al enemigo de su perenne inferioridad, el punto de partida debe ser la división como meta absoluta.

Cuando en 1890, el almirante estadounidense Alfred T. Mahan publicó The influence of sea power upon History, quizá ya imaginaba que su obra tendría una influencia decisiva en los políticos norteamericanos. Muy poco tiempo después, Theodore Roosevelt lanzaría una ofensiva para incluir a Panamá, Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Hawai en la esfera de influencia norteamericana. Hasta entonces, Estados Unidos gozaba de cierto prestigio entre las élites hispanoamericanas, pero la forma en la que se promovió la independencia de Panamá y la consiguiente humillación a la clase política colombiana provocó un gran rechazo en el mundo hispano. Estados Unidos reafirmaba su espíritu talasocrático, que refrendaría tras el doble suicidio europeo de la primera mitad del siglo XX, pero también ganaba enemigos en su propio continente.

El contexto de la Guerra Fría ha servido para justificar procesos en la Región aparentemente ilógicos. Así, el alineamiento de un Fidel Castro con la URSS y su resistencia Astérix a Estados Unidos se han visto factibles, desde el discurso oficial, por una cesión de Estados Unidos a la URSS a cambio de desmantelar las lanzaderas de misiles en suelo cubano, una especie de pócima servida por el druida soviético que hacía de la isla prisión una plaza inexpugnable. No obstante, el tiempo transcurrido nos permite analizar los hechos con más frialdad. Basta estudiar la forma en que se reprimió durante la Guerra Fría en el Cono Sur o en Centroamérica para asumir como algo totalmente absurdo que Estados Unidos permitiera el establecimiento de un régimen comunista frente a sus costas, a menos que sirviera a sus intereses geoestratégicos. El comunismo se reprimió a sangre y fuego en todo el continente, mientras que no se pudo derrotar a una ejército de desarrapados durante décadas, como nos mostraron en la escandalosa invasión de Cochinos.

Quizá vaya siendo hora de empezar a cuestionar el tongo cubano. A lo mejor ha llegado el momento de analizar el problema desde el paradigma del divide y dividirás. Porque la mejor manera de controlar una civilización como la hispanoamericana no es aplastándola, como se hizo innecesariamente, por ejemplo, con el Gobierno de Arbenz en Guatemala, sino dividiéndola en binomios irreconciliables. En Hispanoamérica se ha estado a favor o en contra del régimen cubano y ahora, tras su inevitable declive y desprestigio, le ha llegado el turno a Venezuela. Así, uno de los mayores productores de petróleo ha caído en manos de un ex golpista sin que hayan saltado verdaderamente las alarmas, que es, por otra parte, lo normal en estos casos.

Todavía se lee con frecuencia en la prensa española que las guerras de Irak y Afganistán han hecho descuidar el tradicional patio trasero estadounidense. Desde la gran simpatía natural que uno siente por Estados Unidos, cabe decir aquí que la polarización de Hispanomérica ya está asegurada otra década más, lo que permitirá a nuestros aliados useños seguir expandiendo sus operaciones en Asia con cierta comodidad.

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