Los políticos se alejan de la gente
La opinión pública es consciente de que los partidos consideran la corrupción no como un mal nacional muy grave que habría erradicar, sino como un arma para enfrentarse a sus adversarios.
Para cualquier observador imparcial que haya seguido la evolución de la "pequeña" política española de los últimos meses la situación a la que hemos llegado es preocupante. La imagen de los políticos profesionales está ya muy deteriorada ante la opinión pública; y las denuncias y procesos relacionados con la corrupción no son ciertamente la mejor manera de elevar un poco el reducido prestigio que tienen ante la gente. El hecho –muchas veces corroborado– de que, por ejemplo, el cargo de diputado sea uno de los que menor respeto inspiran a la mayoría de los españoles debería ser motivo, al menos, de una reflexión detenida. Y la idea cada vez más extendida –y con mucho de cierto– de que la corrupción no sabe de ideologías y de que en todos los partidos hay bastantes tipos no sólo indeseables, sino también actuando en los límites de la delincuencia, exigiría una regeneración interna en el interior de las propias organizaciones políticas. Pero lo que en la realidad observamos es una curiosa aplicación de la ley del embudo, en la que también parecen coincidir todos los partidos: lo que para los demás debe ser estrecho, para los míos ha de ser lo más ancho posible.
La opinión pública es consciente de que los partidos consideran la corrupción no como un mal nacional muy grave que habría erradicar, sino como un arma para enfrentarse a sus adversarios. Y el Gobierno no duda en utilizar al Ministerio Fiscal para sacar a luz los casos que le interesan... y echar tierra sobre los que conciernen a sus correligionarios. ¿Que el tribunal considera que en el caso del señor Camps no había razones para abrir un proceso? Pues se manda al fiscal que recurra, y se busca otro caso con el que sustituir al anterior, que en la política española nunca faltan. Pero, claro, como la casa propia tampoco está muy limpia, pasa lo que pasa. Así, el mismo día nos enteramos de que detienen a seis militantes del PP en Baleares, pero también que el que fuera alcalde de Seseña, en este caso del PSOE, cobró una comisioncilla de 700.000 euros y no consigue recordar en concepto de qué.
En medio de tan lamentable situación el español, que estos días ve el futuro con no pequeño pesimismo, observa cómo los políticos parecen vivir en un mundo que no tiene mucho que ver con el suyo. Por poner sólo un ejemplo, se entera con perplejidad de que sus representantes en el Parlamento están peleados por el posible nombramiento como senadora de una dirigente del PSOE, la señora Pajín. Leyendo las informaciones de prensa, uno pensaría que nos encontramos ante una cuestión fundamental para el futuro del país. Con un cierto escepticismo, sin embargo, me pregunto: ¿son conscientes nuestros políticos de que a la inmensa mayoría –repito, a la inmensa mayoría– de la población no le importa lo más mínimo que a esta señora la nombren o no senadora? Y lo que es aún más grave, ¿se dan cuenta de que un gran número de sus propios votantes están convencidos de que a nuestros gobernantes este asunto les preocupa bastante más que el hecho de que la economía española se esté hundiendo y más de cuatro millones de españoles estén ya en el paro? Es sólo un caso más. Pero, o las cosas cambian, o el abismo que ya existe entre votantes y políticos va a seguir creciendo.
Tal vez ocurra un día aquello que contaba Borges en uno de sus cuentos más inquietantes, Utopía de un hombre que está cansado. En él se encuentra el protagonista con un hombre de un siglo futuro, al que pregunta por la evolución de la vida humana y la sociedad. En un momento dado le dice: "¿Qué sucedió con los gobiernos?" Y obtiene la siguiente respuesta: "Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos". Recuerdo bien haber escuchado una entrevista con Borges, a quien le preguntaban en concreto por este texto y cómo el escritor, ya anciano, respondía, con una ligera risa, que estaba convencido de que su texto es profético. No sé si éste será el futuro que nos aguarda. Pero, ciertamente, a Borges no le faltaban razones para pensar que es posible que se cumpla tan curiosa predicción.
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