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José García Domínguez

La jauría

Así las cosas, únicamente falta que Maria Emilia Casas se tope cualquier día de estos con una cabeza de burro catalán entre las sábanas de su alcoba al ir a acostarse. Si es que aún no se la han enviado, claro.

Día sí y día también arrecian las amenazas de los líderes catalanistas contra el Tribunal Constitucional ante la inminente sentencia sobre el Estatut. Así, en un alarde intimidatorio que dejaría boquiabierto de admiración al mismísimo Hugo Chávez, los avisos y advertencias al alto tribunal han devenido rutina cotidiana en Barcelona. Cuando no es José Montilla, a la sazón máxima autoridad del Estado en la plaza, quien trata de deslegitimar a los magistrados negándoles la potestad misma de alterar el contenido de esa norma, es Artur Mas quien invoca nada menos que la desobediencia civil en caso de que no obedezcan sus estrictas órdenes de abstenerse sobre la materia.

A tal extremo de impúdica desvergüenza llega el acoso que la Esquerra ya exige al Gobierno que ordene prevaricar a sus magistrados, esos presuntos peleles de Zapatero que integran el llamado sector progresista. Ríase el lector del escrupuloso respeto hacia los principios del Estado de Derecho que rige en Honduras: aquello es la Atenas de Pericles al lado del gangsterismo institucional que se predica en la Plaza de San Jaime. Y es que, ciertamente, la democracia española está en peligro, pero no por esa tontería de los trajes de Camps, como augura absurda la Cospedal, sino por el cerco feroz al que se ve sometida la suprema instancia jurisdiccional de la Nación.

A ese respecto, la guinda acaba de ponerla el presidente de la Generalidad con una solemne cogitación más propia de Teodoro Obiang que de Churchill. "El Estatut es un pacto político. Y los pactos políticos no los pueden tumbar los tribunales", sostiene el Muy Honorable. Acabáramos, el Estatut levita intocable por encima de la Ley porque... no es una ley. Ahí queda eso, para que luego digan que en el bachiller de ahora no se aprende nada. Así las cosas, únicamente falta que Maria Emilia Casas se tope cualquier día de estos con una cabeza de burro catalán entre las sábanas de su alcoba al ir a acostarse. Si es que aún no se la han enviado, claro.

De ese modo, mientras los demás andamos entretenidos con bobaditas de sastres y bolsos, obsesivo, pertinaz, implacable, constante el asedio de la jauría contra el último pilar del Estado que aún sostiene la renqueante legalidad constitucional continúa.

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