Cambiar para seguir igual
No dudan en afirmar que el papel de la prensa es imprescindible en una sociedad libre porque supone un contrapeso y control permanente del poder, pero aspiran a que el mercado no pueda ejercer un control sobre ellos.
A los progresistas les encanta presumir de que van en la vanguardia de todos los grandes cambios de la sociedad. De hecho no dudan demasiado al proclamarse ellos esa vanguardia. La idea de Progreso, tal como ellos la entienden, esto es, aplicada a la política, conlleva la de cambio dirigido y la existencia de fuerzas de progreso que promueven dicho cambio y otras que se les oponen. Desde esa óptica no es difícil incurrir en un maniqueísmo de salón que confiere categoría de "buenos" a los partidarios del Progreso y de "malos" a los que, por uno u otro motivo, no lo son, que pasarían a integrar el conceptualmente manejable grupo de los "reaccionarios".
El hecho es que los políticos en general y los políticos progresistas en particular han ido a la zaga de los grandes cambios, más que liderándolos. El tiro de gracia del Comunismo llegó con la revolución informática de los ordenadores personales, en los 80, y ahora pretenden poner puertas al campo limitando el ingente tráfico que han generado internet y el resto de tecnologías de la información.
A ambos lados del Atlántico reina el Progreso, como decía Leire Pajin. En nuestro país se ha aplicado con todo rigor la draconiana medida del canon digital, aprobada en el Congreso por los progresistas de todos los partidos. En el Senado de EEUU, ahora, se debate sobre el nocivo efecto que está teniendo en los medios tradicionales, en la prensa escrita en especial, la explosión de internet, con su proliferación de informaciones y, sobre todo, opiniones, que fluyen gratuitamente y fraccionan el paquete informativo en múltiples pedacitos. El periódico, en definitiva, está siendo roto en mil pedazos y estos están siendo tirados al viento.
Un progresista americano bien conocido de todos, el candidato demócrata del 2004, John Kerry, presidió recientemente una sesión extraordinaria de la subcomisión de Comunicaciones, Tecnología e Internet del Senado de EEUU sobre el futuro del periodismo. En dicha comisión se dio voz a representantes de los nuevos y de los viejos medios. Google y Huffington Post dieron voz a todas esas voces que a diario optan por informarse a través de ellos. Veteranos periodistas de diversas publicaciones hablaron en nombre de la prensa tradicional. Kerry se posicionó con los últimos al citar, fuera del contexto creado por las nuevas realidades, a Joseph Pulitzer: "nuestra República y su prensa subirán o caerán de la mano".
Las quejas de los viejos periodistas iban todas en la misma línea. Plañideramente y con suma sutileza (algo, esto último, que se puede apreciar en EEUU pero que no existe en nuestro país) pedían que la política salvase a la prensa tradicional, por sus innegables virtudes. Aún insistiendo en que dicho salvamento se tenía que hacer con mucho cuidado y tiento, para mantener las distancias siempre necesarias entre el político y quien ha de juzgar severamente su gestión, el caso es que ahí estaban, implorando. Sugerían que tenía que llegarse a una prensa profesional que no dependiera del mercado, a instituciones de la información sin ánimo de lucro.
Al margen del error que supone pensar que la información puede ser prístina e inmune al contagio de la opinión, e incluso de la ideología, tenemos ese otro error implícito, más grave y peligroso, que le va de la mano, de creer que una institución (la propia) puede ser perfecta, o aproximarse a la perfección, siempre que no sea sometida al control de otra. No dudan en afirmar que el papel de la prensa es imprescindible en una sociedad libre porque supone un contrapeso y control permanente del poder, pero aspiran a que el mercado no pueda ejercer un control sobre ellos. Dado que en gran medida la información se ha convertido en un bien económico libre, deben cambiar su estructura productiva y adaptarse al nuevo medio.
La solución no pasa por arrimarse al poder. Eso llevaría a una Venezuela universal. Cambiar implica no seguir igual. El verdadero progreso, orquestado por un orden espontáneo y no por el dedo de un director de orquesta progresista, ha hecho que la información sea más libre. Si quieren hablar de progresos y cambios tienen que aplicarse el cuento, levantar el trasero, y adaptarse al nuevo mundo que está surgiendo de las cenizas del viejo.
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