Más de 40 años de convivencia con los asesinatos, extorsiones o secuestros a los que nos tiene acostumbrados la banda de asesinos de ETA es demasiado tiempo para cualquier país democrático.
Partiendo de la base de que las acciones terroristas de ETA tienen como fin conseguir una serie de objetivos políticos utilizando el terror en todas sus macabras expresiones, hay que reflexionar, después de tantos años, en el porqué de la subsistencia de esta organización asesina y mafiosa.
Para combatirla tenemos nuestro sistema policial y judicial, sistemas que no actúan al margen del poder político, puesto que las leyes y las estrategias policiales están en manos del gobierno de turno. Dependiendo de cómo legislen nuestros gobiernos y según cómo manden actuar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, podemos esperar resultados en un sentido o en el contrario.
A estas alturas, es obligado reconocer que los procesos de negociación, la legalización de los sucesivos brazos políticos de ETA, las mediocres leyes con las que combatimos al terrorismo, no funcionan, y no querer reconocerlo es desconocer los principios de la lucha antiterrorista o, lo que es peor aún, negar la evidencia con fines partidistas y sectarios.
Quisiera introducir un factor en este breve análisis que resulta, a mi juicio, determinante y no menos importante que las medidas antiterroristas mencionadas anteriormente, y es que hemos aprendido a convivir con el terrorismo.
Permítanme los lectores que les sugiera trasladarse mentalmente, por un momento, a las favelas de Río de Janeiro. Vistas las cosas desde fuera, a la mayoría de las personas nos produciría verdadero pánico hacernos a la idea de tener que convivir con narcotraficantes, ladrones y delincuentes de todo tipo, a los que se puede observar a cualquier hora del día y en cualquier rincón de esas barriadas deprimidas.
Para la mayoría de los lectores sería un trauma y una situación insostenible el verse obligados a convivir con sus hijos en un lugar como ese. Pero para las personas que allí habitan –la mayoría de las cuales no son delincuentes, sino que se ven forzadas a vivir allí a causa de la pobreza– aquellas favelas son su hogar. Y lo conocen bien. Saben a qué hora deben salir y a qué hora no; saben por qué calles pasar y cuáles deben intentar no utilizar; conocen de primera mano quiénes trafican, quiénes matan , quiénes roban, pero saben cómo mantenerse al margen para poder ellos mismos sobrevivir.
Utilizo este símil para reflexionar sobre la situación actual de la sociedad española respecto al terrorismo. Los españoles hemos cometido el gravísimo error de haber aprendido a convivir con el terror de ETA. Hemos cometido el gran fallo de asumir el terror y limitarnos a responder a él con condolencias y hermosas palabras, invocando el paraguas de la unidad y sin implicarnos activamente en nuestras demandas, dejando las iniciativas de combate contra el terrorismo en manos de los intereses partidistas y de lo que aconseje la jugada del político de turno.
Si nuestro Gobierno lleva al Congreso una resolución para negociar con terroristas, hay una parte de la sociedad que lo acepta, y si el mismo Gobierno cambia y dice lo contrario, también lo aceptan muchos españoles. Y si otra vez vuelven a apelar al diálogo, de nuevo se vuelve a aceptar. Juegan con nosotros, se burlan, menosprecian a una sociedad civil que se limita a ser un actor pasivo en algo que debería suscitar una respuesta unánime de los españoles, al margen de los intereses partidistas, para exigir que se legisle, que se actúe con toda la contundencia que se debe esperar de un país democrático.
He escuchado infinidad de veces a ciudadanos y periodistas lanzar acusaciones, unas veces contra los jueces y otras veces contra los políticos, pero rara vez escucho una autocrítica de nosotros mismos como ciudadanos españoles. Los representantes políticos los elige el pueblo, las leyes que aplican los jueces las hacen nuestros gobernantes y éstas se realizan en función de la demanda social y las necesidades de cada momento.
Es por ello que somos todos los ciudadanos, en su conjunto, los que tenemos el verdadero poder de cambiar las cosas. Somos nosotros los que tenemos en nuestra mano no acostumbrarnos a convivir con el terror, esperando a que unos u otros solventen el problema en nuestro nombre.
La verdadera unidad no es la que nos quiere vender la clase política; esa unidad responde tan sólo a intereses estratégicos que buscan como fin un rédito electoral. Mantendrán esa unidad o la romperán en el momento en que la jugada se lo aconseje. Y mientras tanto nosotros, los ciudadanos, no seremos otra cosa que meras marionetas de unos y otros . Si esa unidad la promoviéramos entre los españoles, dejando a un lado las directrices partidistas y sus tentáculos mediáticos, estoy seguro de que la lacra terrorista tendría una más rápida y fácil solución, pues las medidas legislativas y políticas habrían de tener presente el deseo de la mayoría de los españoles.
Ese deseo no es otro que el que se termine de una vez por todas con la organización terrorista ETA, en todas sus formas de expresión. Es el deseo de que se haga justicia, el deseo de que ningún terrorista pueda beneficiarse del cambalache de la negociación con asesinos, el deseo de que no se persiga a las víctimas que no cedemos al chantaje. Es el deseo de negarnos a seguir conviviendo con el terror, porque aprender a convivir con esta lacra nos hace menos humanos, más indignos y menos ciudadanos.