Caídos por España
¿Alguien puede imaginar a un presidente de Gobierno enviando representantes a negociar con una banda de narcotraficantes? Si negociamos con los etarras es precisamente porque sabemos que no son delincuentes comunes.
Hoy, las palabras repugnan. Con ellas, se puede insultar, se puede condenar, se puede clamar por la cadena perpetua, por la pena de muerte, incluso. Se puede culpar a los políticos, al Gobierno, además de a los terroristas. Pero todas sonarán huecas, absurdas en su impotencia, ridículas en su incapacidad. Pero quien sólo está armado de ellas está obligado a dispararlas. De modo que ahí van.
Cuando la violencia persigue objetivos políticos no es delincuencia, es guerra. Lo es sobre todo si el que la emplea tiene un considerable respaldo de aquellos en cuyo nombre combate. Cuando el que hace la guerra recurre exclusivamente al terrorismo, combatirá irregularmente, asimétricamente, pero siempre será una guerra. Esto es la ETA, un pequeño ejército irregular que combate por la independencia del País Vasco con el terrorismo y el respaldo de una parte de la sociedad vasca. Que sean unos criminales no es incompatible con que sean también combatientes. Se justifican aduciendo la enorme desproporción de fuerzas que les impide combatir en igualdad de condiciones, vestidos de uniforme, con las armas a la vista y atacando tan sólo objetivos militares.
Los españoles, por nuestra parte, vivimos en la ficción de que los etarras son sólo delincuentes que deben ser perseguidos como tales. No obstante, tuvimos que crear nuevos tipos penales para poder combatirlos eficazmente con el Código Penal en la mano. Quisimos creer que, por negarnos a combatir con las leyes de la guerra, por sólo haber muertos en nuestro bando, ésta nunca sería una verdadera guerra. Ellos nos matan y nosotros los perseguimos como se persigue a una banda de narcotraficantes. Pero olvidamos que los narcotraficantes respetan el sistema porque viven de él. Si alguien quisiera legalizar el tráfico de drogas lo verían como a un enemigo. La ETA, en cambio, combate el sistema, desea subvertirlo con el fin de crear el clima propicio para que otros extraigan los beneficios políticos de sus acciones. ¿Alguien duda de que el País Vasco no tendría la autonomía de la que hoy disfruta si no fuera gracias a la ETA? Son las concesiones que se han ido haciendo a los nacionalistas de allí las que alimentan su resolución. Quieren la independencia del País Vasco y llevan una buena parte del camino ya recorrido gracias a la violencia. Tienen el apoyo de los vascos que desean esa independencia, aunque lamenten con lágrimas de cocodrilo lo que ha sido necesario hacer para alcanzar lo logrado.
No me disgusta la táctica de considerarlos delincuentes y negarles la calidad de combatientes porque es tanto como negarles la posibilidad de obtener concesiones. Siempre que sepamos que es una ficción para obligarnos a no ceder y que no cedamos. El problema es que luego cedemos. Y negociamos con ellos. Lo han hecho todos. ¿Alguien puede imaginar a un presidente de Gobierno enviando representantes a negociar con una banda de narcotraficantes? Si negociamos con los etarras es precisamente porque sabemos que no son delincuentes comunes.
El caso es que, al margen de estrategias, es hora de reconocer que ésta que combatimos es una guerra. De pocos muertos, si quieren, pero los que cayeron, hace treinta años y ayer mismo, lo hicieron por España, no por defender el orden público. Deberíamos preguntarnos todos si queremos o no ganarla. Porque si no queremos, deberíamos darles lo que piden y evitarnos más muertos. Pero si como espero, deseamos vencer, habrá que ponerse a ello y votar a los políticos que quieran lo mismo.
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