No había entre ellos ninguna discrepancia política sustancial, de fondo. Ninguna. Tan piadosos abertzales resultaban ser los unos como los otros. Tan irredentos racistas eran los otros como los unos. E igual de refractarios al repudio de la sangre se mostraban todos, unos y otros. De ahí que el suyo únicamente fuera un conflicto generacional, el eterno choque de la impaciencia febril de la juventud con la prudente, medrosa parsimonia de sus mayores. Por eso, y sólo por eso, aquel día se aventuraron a abandonar, tal vez para siempre, la casa del padre.
Decidieron, pues, emanciparse, y no casualidad, un 31 de julio de 1959, solemne festividad de San Ignacio de Loyola, el ilustre hijo de la tierra que fundara la Compañía de Jesús. Así, en jornada tan señalada, aquel grupo díscolo de militantes y dirigentes del PNV dio en crear también su propia compañía, una que iba a responder por Euskadi Ta Askatasuna. Razón de que, ahora mismo, anden celebrándolo por ahí de la única manera que ellos conocen. Y es que justo el viernes próximo se cumplirán cincuenta años de aquello.
A cualquiera que tuviese constancia de esa efeméride le cabría inferir que ETA cometería un gran atentado con perentoria urgencia. Y más aún siendo de dominio público que tres furgonetas de la muerte podían rodar desde Francia con destino a España. La confluencia de fecha tan simbólica en su imaginario mitológico con la desmayada moral de sus bases, le exigía acaparar el máximo protagonismo posible. Cualquiera podría intuirlo; cualquiera, menos el ministro del Interior, claro.
Así las cosas, más que asombro, causa genuino estupor que doscientos kilos de explosivos listos para estallar hayan podido permanecer durante horas y horas a escasos metros del cuartel de Burgos. Semejante fallo de los protocolos de seguridad, además de resultar inaudito, dice mucho, todo en realidad, sobre la pretendida agudeza y la tan loada competencia profesional de Rubalcaba.
Ese ingenuo querubín Rubalcaba que, recién salido del Limbo, nos alerta ahora de que "ETA es una banda de salvajes asesinos enloquecidos", y no un selecto club de caballeros victorianos, tal como debía suponer hace menos de un suspiro, cuando él y su partido legitimaron ante el Parlamento Europeo el carácter político de sus crímenes... Y pensar que nadie le canta las cuarenta.