Ay de los que pidan el cumplimiento de promesas electorales. No se los verá siquiera como aguafiestas. Serán unos pesados, cuya insistencia provoca el bostezo. Unos simples, por no decir necios, que desconocen la complejidad de los asuntos de gobierno. Unos empecinados, dirán que unos fanáticos, atentos sólo a la causa, dirán que pequeña y ridícula, de sus desvelos. Imagino que en alguna de esas categorías estarán, a ojos del PP gallego, quienes hoy recuerden que Núñez Feijóo se comprometió a derogar en sus cien primeros días el decreto que expulsaba al idioma español de las aulas y que, a punto de vencer el plazo, no lo ha hecho.
¿Se ha tomado una prórroga? Sí y no. En realidad, ha modificado los términos del compromiso. La promesa de derogar el infausto decreto, obra de socialistas y nacionalistas, se ha reemplazado por la de consensuar la norma que debe sustituirlo. Lo que no sólo es cambio de ritmo, que también, sino cambio de sustancia. De la certeza de que se eliminaría un abuso se ha pasado a la incertidumbre de una negociación con quienes lo habían impuesto. Y todo ello sin que mediara más explicación que unas vagas alusiones a problemas de orden jurídico. "Nunca faltarán a un príncipe razones legítimas con las que disfrazar la violación de sus promesas", escribió Maquiavelo.
Legítimas o no, esas razones abocan al gran interrogante que no atañe a cómo se incumplen, sino a cómo se elaboran los programas. Pobre elaboración en este caso. ¿Ignoraba Feijóo que no podía derogar un decreto sin disponer de otro que cubriera el hueco? ¿Se topó de bruces con la realidad de la vida oficial y hubo de envainarse la promesa? De ser así, el presidente de la Xunta queda como un novato. Un botarate que no dedica dos tardes a estudiar los temas antes de formular objetivos y plazos. Un político que promete lo que no puede prometer por una mezcla de irresponsabilidad e inexperiencia. Vaya con el retrato-robot que aparece si tomamos en serio las disculpas dadas para retrasar la derogación del decreto.
A otro perro con ese hueso. Feijóo no pisa por vez primera las estancias del poder y tiene fama de gestor competente. Sucede que, parafraseando a La Rochefoucauld, prometió según las esperanzas del electorado e incumple según los temores de su partido.