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José María Marco

El país apátrida

El proyecto consiste en transformar la nación española en una entidad completamente nueva, compuesta de lo que se denominan "comunidades autónomas" y que en realidad empiezan a ser pueblos, nacionalidades y naciones más o menos soberanas.

Durante el tercer y último sitio a Gibraltar, en 1779, murieron, sólo en una maniobra artillera, unos dos mil quinientos soldados. También murió entonces, delante de la roca, Cadalso, príncipe de la prosa española, autor de las maravillosas Cartas marruecas. En el sitio anterior, de 1727, cayeron otros quinientos soldados. El primer asedio data de 1704, de antes del Tratado de Utrecht. Duró ocho meses y cayeron unos diez mil hombres, españoles y franceses. Lo de la nacionalidad francesa no es anecdótico. No sólo se luchó por la integridad territorial de España. También se luchaba por la instauración –legítima– de la dinastía borbónica en nuestro país. Aquellos hombres cayeron por España y por la dinastía.

No parece que entre las preocupaciones del ministro Moratinos en su visita a Gibraltar haya estado el rendir un homenaje, aunque fuera simbólico, a aquellos héroes. Pero esta clase de lapsus, al que por desgracia nos hemos acabado acostumbrando, como si la nación española fuera un accidente o una casualidad, nos ayuda a entender la finalidad de la presencia de un ministro del Gobierno español en la roca.

           

Está claro que los intentos de recuperación de Gibraltar por vía pacífica han tenido tan poco éxito como los que tuvieron lugar por la fuerza. Hubo avances con Castiella, y pareció que se abría una vía nueva, luego frustrada, con Blair y Aznar. El gobierno socialista está por tanto en su derecho de explorar nuevos caminos.

Otra cosa es la naturaleza de la nueva política. Si nos atenemos a las declaraciones realizadas, tanto antes como durante la visita de Moratinos, todo resulta un poco enigmático. No se rompe un principio básico de la política española y una tradición de tres siglos de firmeza para hablar de temas importantes, sin duda, como son la fiscalidad, la cooperación policial, judicial y aduanera y la protección medioambiental, pero que se pueden tratar en cualquier sitio.

La estrategia puesta en marcha parece ser la de suscitar la confianza de los gibraltareños por la vía del diálogo. Ahora bien, ¿confianza para qué? Todo se entiende mejor si se toma completamente en serio el cambio que está introduciendo el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero en la estructura y en el concepto mismo de nación española. La frase sobre lo discutida y discutible que resulta la idea de nación entraña, en realidad, toda una política.

El modelo final no está claro, aunque quizá alguien lo tenga guardado en un cajón. Pero lo que empezamos a entender, gracias en buena medida a la visita de Moratinos a Gibraltar, es que el proyecto consiste en transformar la nación española en una entidad completamente nueva, compuesta de lo que se denominan "comunidades autónomas" y que en realidad empiezan a ser pueblos, nacionalidades y naciones más o menos –a veces completamente– soberanas, con relaciones siempre negociables, y en la que la palabra España no tendrá más función que el de símbolo de una organización política definitivamente postnacional. Un ejemplo para el resto del mundo, por si acaso alguien no se ha enterado todavía de cuál es alcance de la política internacional de los socialistas.

Lo que se acaba de insinuar en esta visita es que Gibraltar, de aquí a unos años, podría incorporarse a esta entidad sin naturaleza conocida por ahora, como una suerte de "comunidad autónoma", es decir como un territorio soberano o en cosoberanía compartida con Gran Bretaña. La incorporación de los representantes de Gibraltar a las negociaciones, que habían sido hispano-británicas hasta 2004, fue el mejor signo de lo que iba a ocurrir.

Otro signo fue el inexplicable proyecto de abrir un Instituto Cervantes en un territorio, como Gibraltar, donde todo el mundo habla español. Precederá, si todo sigue como hasta ahora, a la futura apertura de Institutos Cervantes en naciones o nacionalidades españolas donde por fin se haya logrado arrinconar el español. En su tiempo fue una sugerencia de Esperanza Aguirre. Tiene todos los visos de resultar profética.

Igualmente profético resultará el comentario que Rajoy ha hecho en broma sobre la visita de un ministro de Asuntos Exteriores a su propio país. Moratinos se ha desplazado a Gibraltar como su sucesor se desplazará dentro de algún tiempo, en tanto que ministro del Gobierno de España –otra trampa semántica en la que casi todo el mundo parece haber caído–, a cualquier parte del territorio ex-nacional.

Se está creando lo que una oyente de la COPE denominó una mañana, con gran perspicacia, un país apátrida. ¿Fue esto lo que imaginaron los constituyentes de 1978?

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