Estas dos semanas previas al descanso vacacional del Congreso de los Estados Unidos serán claves para la Casa Blanca. El caótico estado de la economía, el excesivo gasto público y la vertiginosa rapidez con que Obama quiere que se aprueben nuevas leyes y carísimos programas sociales han puesto ya en alerta a la mayoría de los norteamericanos.
Los índices de popularidad del presidente están ahora mismo en su punto más bajo. Tanto es así que Obama tuvo este miércoles que echar mano de otra rueda de prensa más en hora de máxima audiencia televisiva (la cuarta de su presidencia) para intentar explicar su plan de "reforma" de la salud. Repárese en el hecho de que durante los ocho años de George W. Bush éste usó solamente cuatro ruedas de prensa de este tipo, lo que confirma dos cosas: primero, el abuso mediático de Obama y, segundo, la realidad de que las cosas no van bien.
Este miércoles ni Obama explicó su programa de salud ni tampoco convenció a la ciudadanía. Lo peor es que en medio de la rueda de prensa se enzarzó a atacar a los republicanos y a criticar –sin venir a cuento– a un policía de un pueblo de Massachusetts desconociendo los hechos y alegando infundadas cuestiones de discriminación racial.
Estos son los nervios del presidente. Por eso sigue empeñado en apresurar la aprobación de su ignominioso proyecto de nacionalización de la salud. Teme que se lea con calma lo que contiene esa "reforma", teme que sus índices de popularidad sigan cayendo en estas semanas estivales, con peores datos de desempleo y teme, en fin, que se le vaya la joya de la corona que es esta gigantesca socialización de la salud pública.
Obama está cometiendo otra vez el mismo error que Bill Clinton cuando Hillary lo convenció para intentar nacionalizar la salud a inicios de los noventa. En el caso de Obama, el momento es todavía peor porque su programa costará más de un trillón norteamericano de dólares y elevará los gastos a pequeñas empresas acabando con cientos de miles de puestos de trabajo. Y todo esto, después de otro programa de energía aprobado por los demócratas en una de las cámaras del Congreso hace menos de un mes y con un coste equivalente.
Pero más allá del gasto económico, hay que entender que cuando en Europa se discute la cuestión del sistema de salud estadounidense se suele escuchar con demasiada frecuencia el mismo errado argumento: que parece mentira que la nación más poderosa del planeta no tenga un servicio público de salud. Algunos hablan de sanidad "exclusiva y excluyente" y culpan al capitalismo y a las empresas privadas de seguros y farmacia por su avaricia. Aun cuando es innegable que no hay nada perfecto, el sistema de salud en Estados Unidos funciona en general bastante mejor que los del resto del mundo. Obama quiere cambiar todo esto y choca con la realidad de una ciudadanía opuesta a ello.
Además, los ciudadanos intentan conservar y respetar la idea fundacional de este país y sus documentos constitucionales donde no existe un "derecho" a la salud pública como tal. Lamentablemente, en las últimas décadas Washington ha metido demasiado la mano en el tema de la salud adquiriendo funciones que no le incumbían. Se han derrochado billones de dólares en programas gubernamentales de salud ("Medicare" o "Medicaid", por ejemplo) que no han dado los resultados esperados y que están ya en bancarrota por negligencia de los distintos gobiernos.
Obama, como Nancy Pelosi, cacarea también que existen 47 millones de personas en Estados Unidos sin seguro médico. Sus loros mediáticos lo repiten sin explicar que casi 17 millones de esas personas sin seguro médico optan voluntariamente por no tenerlo a pesar de ser personas en familias cuyo ingreso anual sobrepasa los 50.000 dólares; otros 19 millones de esas personas sin seguro son jóvenes entre 18 y 34 años con buena salud y que también optan por no gastar dinero en un seguro médico; finalmente, los otros 11 millones sin seguro no son ciudadanos de los Estados Unidos.
Existen varios estudios y encuestas que han venido mostrando hasta hoy que la mayoría de los norteamericanos prefieren la libertad de mercado y que están satisfechos con su seguro de salud, con la calidad y trato que reciben por lo que pagan y con la posibilidad de elegir libremente su seguro. Lo que no quieren los norteamericanos es que el Gobierno federal controle desde Washington sus decisiones médicas y limite el libre mercado. Esa es la piedra con la que se topó Clinton y en la que vuelve a caer ahora Obama. De ahí que muchos congresistas de su propio partido le hayan vuelto ya la espalda pensando que quizá las intermedias de 2010 traigan otro 1994...
El objetivo político de Obama no es lo que parece: no se trata de favorecer al ciudadano o la salud pública; es a las llanas el intento ideológico de Obama y de la socialdemocracia norteamericana de llevar adelante una diseñada ingeniería social para crear ciudadanos dependientes del Gran Gobierno. Se busca, en suma, crear unos mecanismos legales que limiten la libertad del ciudadano y que se salten la Constitución y la Carta de Derechos. Porque no se olvide que el propio Obama afirmó que dichos documentos fundacionales son "derechos negativos", o sea obstáculos para lo que hoy es ya claramente su intento de socializar Estados Unidos.
La nacionalización de la salud pública con el Gran Gobierno como amo y señor de este apartado de la vida privada es el último baluarte que tiene que saltar Obama para rehacer Estados Unidos a su gusto y con todo el apoyo de los líderes del Partido Demócrata. Nunca antes la izquierda norteamericana había estado tan cerca de lograr sus objetivos: de ahí los nervios del presidente ante la oposición de los ciudadanos.