La debilidad y la cesión que han caracterizado la política exterior del Gobierno de Zapatero en todos los contenciosos que afectan a nuestros intereses nacionales han alcanzado este martes una cota histórica con la visita de un ministro de Exteriores español, por primera vez en trescientos años, a Gibraltar. Desde el Tratado de Utrecht, y con independencia del régimen o el color político de su Gobierno, España siempre ha reivindicado Gibraltar como parte de nuestro territorio nacional y jamás ha renunciado a la recuperación de su soberanía. Por ello, la visita del jefe de la diplomacia española al Peñón supone una incoherencia con esa reivindicación, por mucho que Moratinos diga que nuestro gobierno no ha renunciado a ella. ¿Se imagina alguien, en este sentido, a un ministro de Exteriores chino visitando Hong Kong antes de que el gobierno británico accediera a que este territorio dejara de ser una colonia británica?
Al visitar el Peñón en condición de ministro de Exteriores, al aceptar no incluir su reivindicación en la agenda de la reunión y al mantener este encuentro de igual a igual no sólo con su homólogo británico sino también y sobre todo con el ministro principal de Gibraltar, Moratinos ha contrariado tanto el espíritu como la letra, no sólo de resoluciones parlamentarias españolas que exigen la permanente reivindicación española sobre el Peñón, sino también de numerosas resoluciones de la ONU que piden el fin de la colonia e invitan a España y Reino Unido a negociar la resolución del conflicto. Y eso, por no recordar la cláusula del Tratado de Utrecht que, lejos de abrir la puerta a una especie de autodeterminación o independencia, fija claramente que si el territorio dejaba de ser británico, España tendría la opción de recuperarlo.
Se entiende, en este sentido, la enorme satisfacción que ha manifestado Peter Caruana con esta visita que visualiza que para la España de Zapatero Gibraltar ha pasado a ser un asunto exterior. A pesar de que el gobierno británico casi siempre ha desarrollado una política de hechos consumados en el Peñón y de que la diplomacia española no ha sido casi nunca lo suficientemente firme, hay que recordar que en las negociaciones llevadas a cabo por el ministro español Josep Piqué y el británico Jack Straw en 2001 se llegó incluso a plantear el compromiso de llegar a un acuerdo con vistas a que el gobierno británico aceptara compartir con España la soberanía del Peñón.
Lo que no se entiende ni se conoce es lo que va a obtener a cambio ahora el Ejecutivo español con esta política de cesiones no sólo simbólicas sino también prácticas. Si ya ha sido lamentable la condescendiente pasividad del Gobierno de Zapatero ante la creación de complejos turísticos y ante la ampliación del aeropuerto gibraltareño a costa de las aguas territoriales españolas, la forma y el fondo de la visita de ahora supone un nuevo gesto de debilidad de un Ejecutivo que ha dejado de denunciar un vestigio colonial en su territorio. Moratinos reivindica el "diálogo", pero ¿de qué diálogo habla si él mismo reconoce haber aceptado no incluir en su agenda la reivindicación del Peñón?
Para encubrir esta bochornosa visita, el ministro ha tenido la desfachatez de pretender erigirse en portavoz del principal partido de la oposición al asegurar que hace poco más de una semana comunicó su visita a los portavoces de Exteriores de este partido y que le dieron su beneplácito. Lo cierto, sin embargo, es que la postura oficial del PP ha sido siempre la misma y desmiente las palabras de Moratinos. Por otra parte, una cosa es aceptar un encuentro con las autoridades británicas y gibraltareñas, y otra muy distinta aceptar los términos en que esta se ha llevado a cabo, dejando fuera de la agenda cualquier diálogo entorno a la secular reivindicación española.
No hace mucho meses, Moratinos tuvo el lapsus de llamar "ciudades marroquíes" a Ceuta y Melilla. Lo que ha hecho ahora con su visita es algo mucho peor de cara a que Gibraltar pueda volver a ser en el futuro parte de nuestro territorio nacional.