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Agapito Maestre

"Gibraltar inglés"

Es difícil hallar en la historia reciente de España, desde el Tratado de Utrecht, mayor fechoría de un "profesional" de la política a su sociedad.

El ciudadano ejemplar español no espera demasiado del Estado y da todo a su sociedad. No presta mucha atención a las expectativas del Estado, menos a las del Consejo de Gobierno y nada cree de las promesas de cada uno de sus ministros, sino que da lo mejor de sí mismo para que crezca la dignidad y la grandeza de la sociedad en la que le tocó nacer. Eso significa que el desarrollo de nuestra sociedad, vista históricamente, ha dependido más del esfuerzo y sacrificio de ciertos españoles que de sus políticos, más del trabajo cotidiano del que cree en la obra bien hecha, del profesional que en cualquier ámbito toma en serio su oficio, que del político o de las "elites dirigentes".

Para hacernos cargo de esa idea de ciudadano ejemplar –que Antonio Machado cifraba en aquello de que los españoles hemos ido por el mundo sin hacer mal papel– es menester contrastarla con la "figura" del representante del Estado, del "político" de turno sin dignidad y grandeza, que le importa tan poco su sociedad que hace de su "representación" gubernamental un instrumento para llenar de indignidad y bajeza moral a la sociedad que le vio nacer. El caso de enanismo político y vileza moral, como dirían las crónicas de más rabiosa actualidad, está a la vista. El ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Moratinos, ha visitado Gibraltar como ministro de España, o sea, reconoce de facto que Gibraltar es británico. Es difícil hallar en la historia reciente de España, desde el Tratado de Utrecht, mayor fechoría de un "profesional" de la política a su sociedad.

Jamás ningún ministro de Asuntos Exteriores había visitado el Peñón porque no se admitía una colonia británica en suelo español, pero Moratinos, con el consentimiento de su jefe de Gobierno, ha querido pasar a la historia por su traición, primero, a la tradición política nacional de todos los gobiernos de España desde Utrecht hasta hoy, que se negaron a visitar la Roca; y, en segundo lugar, Moratinos desprecia a esa sociedad pasada y, ahora, presente que ha luchado y se esfuerza cada día por su engrandecimiento y dignificación. La visita de Moratinos a Gibraltar es más que una traición al Estado y más que una ruptura con una tradición de política exterior; es una traición a la patria, a la nación, a ese patrimonio de esfuerzos y derrotas, que aún compartimos todos los que no sentimos vergüenza de llamarnos españoles.

Después del Estatuto de Cataluña, la visita de Moratinos a Gibraltar representa el ataque más importante del socialismo a la muerte de la nación española. Una sociedad que traga con esto, obviamente, traga con todo. Es un argumento más para mantener que la sociedad española, la sociedad de ciudadanos ejemplares, no existe. El Estado nacional está roto. La economía nacional cae en bancarrota. Y la sociedad está casi reducida a un gentío con la obsesión de llenarse la panza; pues ya no se ríe de uno de los latiguillos del régimen de Franco, "Gibraltar español", sino que ahora llevaría con entusiasmo el latiguillo del régimen de Zapatero: "Gibraltar inglés".

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