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EDITORIAL

Lo inexplicable es la postura de Rajoy

Parece como si en el PP todos los altos cargos fueran libres de coquetear con el socialismo y el nacionalismo y, por el contrario, nadie pueda hacer lo propio con los principios liberales sobre los que, supuestamente, se asienta este partido.

La unidad –transmitir una sola y coherente voz ante cada uno de los asuntos de actualidad– es uno de los mayores activos con los que puede contar un partido político. Al fin y al cabo, estas formaciones no son más que canales a través de los cuales la opinión pública expresa sus puntos de vista. Si un grupo tiene posturas muy distintas sobre cada tema, difícilmente el votante podrá seleccionarlo como garante y depositario de sus valores.

Ahora bien, no cualquier unidad política es beneficiosa para un partido y para el conjunto de la democracia. La unidad debe guardar una coherencia interna (es decir, que las distintas opiniones de un partido no sean contradictorias y antagónicas entre sí) y externa (debe ser compatible con los valores de sus votantes y con los del ordenamiento jurídico). Cualquier unidad que no cumpla esta doble restricción se convierte más bien en un despotismo dentro del partido y en un fraude hacia los votantes; esto es, la unanimidad a la búlgara que impera en tantas formaciones españolas.

En el PP, la tan característica unidad de discurso durante la era Aznar fue ciertamente sana y revitalizante para la democracia. El votante español tenía a su disposición un programa político coherente –con mejores o peores propuestas pero en todo caso coherente–, al que apoyar o rechazar según sus preferencias e ideologías. Y, para rematar, sabía que a grandes rasgos solía cumplirse y defenderse. En estos casos, los cargos populares que se salieran de las pautas marcadas por la dirección del PP estaban siendo desleales no con Aznar, sino con sus votantes y, por este motivo, su actitud resultaba reprobable.

Con la llegada de Rajoy al frente de la dirección popular, la coherencia interna y externa del discurso comenzó a difuminarse. Especialmente tras el Congreso de Valencia y con su segunda derrota electoral a cuestas, la necesidad de diluir el discurso para atraer a una parte de la izquierda y del nacionalismo aceleró tanto la ruptura interna del discurso (no se defendía lo mismo en Cataluña que en Madrid o en Murcia que en Castilla La-Mancha) como la externa (un creciente olvido y desdén por los valores y las promesas electorales de sus más de 10 millones de votantes): los casos de Alberto Ruiz Gallardón, Celia Villalobos o Alicia Sánchez-Camacho son claros ejemplos de la ruptura de la unidad de discurso y de la deslealtad del PP hacia muchos de los planteamientos de sus votantes. Simplemente, a Rajoy le interesa no definirse y no tomar decisiones para no parecer "áspero" y terminar sucediendo a Zapatero.

Lo mismo sucedió la semana pasada con el tema de la financiación autonómica. Pese a que la propuesta del Ejecutivo socialista atentaba directamente contra los valores más básicos del PP –incentivaba una hipertrofia del gasto público y limitaba las reducciones de impuestos–, Rajoy se negó en un principio a liderar el partido y tomar una postura conjunta, dando otra muestra más de la Realpolitik del Partido P’ayudar. Confiado en que la inicial lluvia de millones que las comunidades autónomas van a recibir gracias al nuevo sistema de financiación (a costa de cargar de deuda el futuro de los españoles) las llevara a abstenerse (haciendo buena la frase de De la Vega en contra del PP, "coge el dinero y corre"), dio libertad a cada gobierno regional para que decidiera en el Consejo de Política Fiscal y Financiera de acuerdo con sus intereses.

Por fortuna, la presidenta del PP madrileño, Esperanza Aguirre, no traicionó a sus votantes y anunció que votaría en contra del nuevo modelo de financiación, ya que al fin y al cabo –como la propia dirección nacional del PP denunciaba– tendía a perpetuar la crisis económica y pocas cosas hay más contrarias a los intereses de sus ciudadanos que prolongar nuestro estancamiento.

Sin embargo, tan pronto como el gallego avistó la posibilidad de que Zapatero tuviera que soportar un voto negativo en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, Rajoy impuso un voto unitario de carácter abstencionista a todas las comunidades autónomas gobernadas por los populares. Con esta decisión, por muy unitaria que fuera, Rajoy quebraba la coherencia interna de su discurso (pues había estado denunciando la propuesta de Zapatero como contraria a los intereses de los españoles) como la externa (ya que apoyaba aquello que sus votantes le pedían expresamente que rechazara). Una decisión deplorable e impropia de un líder de la oposición que quiera seguir siéndolo.

Con este historial, la dirección popular no debería remover demasiado las aguas, tratando de pasar página. Pero, sorprendentemente, parecen empeñados en defender su pasteleo con los socialistas y en criticar a Esperanza Aguirre por ser la única que de vez en cuando recuerda que el PP es un partido liberal-conservador y que se encuentra en la oposición. Así, una vez que Aguirre reiteró este domingo su muy lógica oposición al acuerdo de financiación alcanzado con la complacencia del PP, desde Génova han mostrado su "enfado" hacia la presidenta madrileña hasta el punto de considerar "inexplicables" sus palabras.

Parece como si en el PP todos los altos cargos fueran libres de coquetear con el socialismo y el nacionalismo y, por el contrario, nadie pueda hacer lo propio con los principios liberales sobre los que, supuestamente, se asienta este partido. Por ello, lo más grave no es ni que se adopte una línea política equivocada, ni que Rajoy se enfade por que Aguirre se separe de su torcida estrategia; lo realmente preocupante es el doble rasero que exhibe el PP: la brutal asimetría que existe entre el trato dispensado a los liberales, por un lado, y a los "socialdemócratas", por otro.

En realidad, pues, lo inexplicable es que Rajoy esté adoptando un discurso errabundo y contrario a los valores de sus votantes con tal de alcanzar el poder. Lo inexplicable es que para algunos La Moncloa valga tanto como para traicionar sus principios. Lo inexplicable es que la alternativa al PSOE sea un PSOE bis.

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