Lo que ocurre en estos instantes en Honduras tiene una gran importancia ya que es la primera vez que, en los últimos años, una nación se defiende de las reiteradas maniobras de los tiranos de medio pelo para salir reelegidos y perpetuarse en el poder. Todo ello mientras atropellan la noción más elemental de los derechos de las personas.
En el caso que nos ocupa, dicha defensa se concreta en ciertos artículos de la Constitución hondureña que se constituyen en barreras infranqueables para el uso del poder como coto de caza. Por este motivo, el Tribunal Electoral, la Corte Suprema de Justicia y el Congreso se opusieron a que el mandatario de turno pretendiera burlar las normas establecidas sobre este asunto.
En un articulo anterior titulado Honduras se defiende mal, escribía que, lamentablemente, a pesar de que el marco institucional vigente respaldaba los serios llamamientos de atención al gobernante de marras debido a su abuso de autoridad, se optó por asaltar su domicilio y conducirlo en un avión militar hasta Costa Rica. Se tomó esta decisión en lugar de la de someterlo a juicio político y seguir los procedimientos jurídicos correspondientes a un Estado de Derecho. Así, se brindó un pretexto a la comunidad internacional para rechazar el proceso, incluyendo la jauría totalitaria del bufón del Orinoco entusiastamente acompañado por sus adláteres de Ecuador, Bolivia y Nicaragua (todo patrocinado por el mandamás de la isla-cárcel cubana).
Como todas las cosas, siempre se podrían haber hecho mejor pero también peor. En vista del fracaso momentáneo de la mediación del presidente de Costa Rica, debe seguirse considerando la opción de negociar para evitar males mayores en Honduras. Y una negociación implica ceder para lograr puntos en común. El 3 de julio sugeríamos que se adelantaran las elecciones presidenciales. Esta u otras posibilidades deben considerarse con urgencia para salir del marasmo.
Huelga decir que en el fondo de todo este asunto se encuentra la necesidad de profundizar en el conocimiento de los fundamentos de una sociedad abierta, lo cual constituye la verdadera defensa contra los abusos del poder. Y, sobre todo, consiste en comprender que, tal y como han sostenido pensadores de la talla de Giovanni Sartori y Hayek, la democracia no es una carta blanca para que mayorías circunstanciales se lleven por delante los derechos de las minorías. Esto sería más bien una ruleta rusa o un suicidio colectivo antes que un sistema serio de gobierno.