Nunca he pisado un plató de TV3. Ni es probable que jamás lo haga. No porque me hayan faltado ocasiones sobradas de enseñarme allí. Al contrario, más de una vez me han invitado, con educada y paciente insistencia he de reconocer, a participar en alguno de sus programas serios –si bien contados, alguno hay. Pero siempre he rehusado concurrir. Y continuaré negándome –en el ya improbable caso de que volviera a ser invocado por esos pagos– mientras su libro de estilo prohíba, bajo seria admonición de fulminante despido, que ningún colaborador utilice la lengua propia de José Montilla y Celestino Corbacho delante de las cámaras.
Así las cosas, dudo mucho que haya de verme en vida junto a Albert Om y su estruendosa grey hispanófoba. El tal Om resulta ser uno de tantos graciosos profesionales en nómina de la televisión nacionalista. En concreto, es aquel presentador que se desternillaba de risa cuando el difunto Rubianes decidió explotar sus cinco minutos de gloria provincial con un numerito a la altura de los anfitriones, el de "la puta España"; elegante reflexión que suscitaría la complicidad entusiasta de la Chacón –"todos somos Rubianes"–, entre otros finos intelectuales con mando en la plaza. El mismo Om, por cierto, que acaba de tildar a DENAES y a su presidente, Santiago Abascal, un hombre condenado a vivir con escolta permanente al estar amenazado de muerte por ETA, de "pandilla de fachas".
Y es que la personalidad –por llamar a lo suyo de alguna manera– del tal Om responde al paradigma canónico de lo que el Poder espera del servicio en todo medio consagrado a su glorificación. Quiere significarse con ello que el señor Om encarna en su fina estampa la quintaesencia del perfecto lameculos. Malgré lui, el tal Om representa una figura castiza, española por los cuatro costados, hasta la médula, o mejor, hasta la náusea: el zascandil que siempre corre en auxilio del ganador; el clásico gacetillero presto a besar los pies de quien guarde la llave de la despensa, sea quien sea. Así, errarán, y mucho, quienes quieran ver en el señor Om a un feroz independentista convicto. Qué va. Si no me creen, láncenle un euro cuando se lo crucen por la calle... aunque, en realidad, bastaría con una moneda de cincuenta céntimos. Prueben, ya verán.