Como quizá algún lector ya habrá sospechado, uno es liberal. Y si algo nos distingue a nosotros, los liberales, de todos los Torquemada y los Lenin que en el mundo han sido, esos celosos guardianes de cualquier verdad superior e indiscutible, es que nosotros, escépticos tanto por naturaleza como por convicción, tendemos a congeniar con los herejes, con los disidentes, con los heterodoxos; con el individuo y su desvalida incertidumbre, en suma. Así, como alguna vez arguyó Baroja, aunque estuviese demostrada de modo inapelable e indubitado la existencia de Dios y del Diablo, nunca le daríamos todos nuestros votos a Dios; si bien pocos, algunos se los prestaríamos al mismísimo Diablo.
Pues barruntamos que hasta Lucifer podría tener algo de razón de vez en cuando, y con ello, el derecho a defenderla. En fin, viene a cuento el exordio porque esa desmedida conmoción nacional, la surgida a raíz de los cuatro chavos que le acaba de sisar Belcebú Montilla a Zapatero, sombrío drama patrio trufado de camisas rasgadas, a uno le recuerda demasiado el chiste de los judíos y los taxidermistas. Ya saben, pasean dos alemanes por el Berlín de entreguerras cuando el más locuaz propone que habría que liquidar a los judíos y a los taxidermistas. Y, tras meditarlo durante unos segundos, replica algo perplejo el otro: ¿Por qué a los taxidermistas?
Veamos, en aplicación de una Ley Orgánica redactada y votada en las Cortes, el Gobierno decide primar las cuentas domésticas de dos regiones, dos, Andalucía y Cataluña, en detrimento y agravio presunto de algunas otras, tal vez todas. Hasta ahí, objetivos, los hechos. A partir de ahí, penosas, las reacciones. Y es que nadie, que uno sepa, ha dado en reclamar que se expulse a Andalucía, y con ella a los andaluces, de España por esa querella. Igual que tampoco consta acusación alguna tildando de desalmados expoliadores a los oriundos de Cádiz, Málaga, Granada o pedanías limítrofes.
Por lo visto –y por lo leído–, el monopolio de la astracanada xenófoba impune nos corresponde disfrutarlo a los ciudadanos de Cataluña. Juntos y revueltos en idéntico saco, además, igual nacionalistas que anticatalanistas. Se ve que con nosotros también procede la santa doctrina de aquel obispo de Narbona: "Matadlos a todos, que ya el Señor sabrá distinguir a los suyos". Toda una vida denunciando el victimismo de los de enfrente para acabar en esto.