Los dirigentes del PP se equivocan gravemente y han mostrado un desagradecimiento lamentable. Se equivocan, y no levemente, porque no terminan de aprobar la asignatura de la libertad de expresión, ni fuera ni dentro del partido, que es una de las libertades concretas de la libertad en general que predican y pregonan las democracias. Mientras el PSOE, de orígenes ideológicos totalitarios como todo lo que procede del marxismo, tiene muy claro que "el que se mueve no sale en la foto", el PP de 1996 hizo albergar esperanzas de que en el centro derecha español las cosas podrían ser distintas. Y lo fueron un tiempo.
Entre los periodistas de verdad, no esos sucedáneos que tanto pululan hoy, y el poder político, hay siempre una tensión que procede del afán de veracidad que inspira a aquellos sin importarles los momentos ni las consecuencias y del afán de administrarlo todo, los tiempos y las consecuencias que tienen los políticos, los hombres de poder. Los periodistas, en las democracias, son los que conducen la información veraz hasta el recóndito y misterioso lugar donde los ciudadanos elaboran el sentido de su voto. Los políticos tienen que procurar, en buena ley, obtener el interés general en condiciones de seguridad y con libertad y, en mala ley, perpetuarse en el machito.
La tensión es real, poderosa y, a veces, alta. Los que hemos vivido en ambas trincheras, lo hemos comprobado. Los hombres de poder necesitan información veraz pero casi nunca la exponen. Con la verdad pueden hacerse muchas cosas: desde negociar con ella hasta procurar sepultarla hasta el fin de los tiempos. Casi nunca funciona, porque, como hemos dicho en otra parte, la verdad sufre un empuje hacia la luz proporcional al grado de libertad que hay en una sociedad. Tenemos muy reciente las nuevas investigaciones sobre el 11-M. Finalmente, se acerca la luz.
Pero los dirigentes del PP se han equivocado gravemente tratando, no de admitir y asumir la tensión, sino intentando eliminar a uno de sus polos, resumiendo, a César y Federico (cabezas de un movimiento periodístico mucho más amplio). No sólo es un pecado democrático sino que es una estupidez que le hace daño a todo el mundo empezando por el propio PP, que parece tener una insólita pasión por ganarse enemigos o, cuando menos, por incrementar el número de sus ex votantes. Fraguar un agujero en el débil centro derecha político no parece la mejor estrategia ni a corto ni a medio plazo.
Pero es que, además, César y Federico –y lo que tienen detrás y a los lados–, son ya un movimiento de regeneración moral de la democracia por su vertiente derecha que espera que, por la izquierda, otros se sumen a la tarea. Hay ciudadanos hartos de que les roben, les mientan, les frían a impuestos, les manipulen, les oculten, les generalicen y les confundan. Se aspira a la honestidad, a la dignidad ciudadana, a la veracidad, a la defensa ante el Estado y sus secuaces... O este movimiento, absolutamente democrático y legítimo se encauza en los partidos políticos vigentes o se encauzará en otros y/o por fuera de la política. Un político de talla lo hubiera visto con claridad. Hablar de extremismo, de fachas y de esas sandeces es impropio e indigno.
Pero además los dirigentes del PP han sido desagradecidos con César, Federico y demás tropa. Cuando la cúpula del PP lloraba por las esquinas del 11-M, con la derrota a cuestas y la sorpresa en los ojos, hubo en la COPE un faro ideológico y moral que hizo que las rodillas no se doblaran. Lo que podría haber sido una desbandada a lo loco como le pasó a UCD en la década de los 80, se convirtió en un rearme moral y político que pocas veces se ha visto en un partido.
Desde La Mañana y desde La Linterna, con dos luces distintas para un solo discurso verdadero, se han aportado hechos, dichos, razones, argumentos, ideas, imágenes, metáforas, eslóganes, proyectos y debates que han hecho que media España se niegue a ser sometida por la otra media y empiece a recordar que España, gran patria, exige de la presencia de todos para ser España. De estar apartados como si tuvieran la peste, el PP, gracias a muchas cosas, entre ellas esos dos programas, han logrado recuperarse de la paliza y el estupor de las elecciones de 2004. Lo que jamás ha sabido hacer el PP, emocionar, apasionar, simpatizar, iluminar e incluso divertir lo han hecho César, Federico y demás compaña.
Ya se sabe que hay políticos, los denominados de raza, que aprovechan las energías de todos los que le rodean para subir como la espuma. Succionan la inteligencia, la imaginación, incluso las virtudes, de sus próximos para impulsarse hacia las alturas del poder. Al político, ni siquiera al de raza, no debe pedírsele mucho, pero sí "intuición histórica" como quería Ortega en su ensayo sobre Mirabeau. Siempre excesivo, Ortega concluía: "Yo siento mucho que la veracidad me obligue a decir que no creeré jamás en las dotes de un político de quien no haya oído cosa parecida" (componer un Tratado de Analogía mientras atravesaba los Alpes, como César; redactar el reglamento de la Comedia Francesa como hizo Napoleón o como Mirabeau, componer un Tratado de Gramática).
Bueno, bueno. Pero al menos, les podemos pedir algunas cosas. No ir contra sus propios actos y ser agradecidos, que es de bien nacidos. Pedirles que abandonen la moral "canija" y que aprendan a convivir con la discrepancia, ya es demasiado, al parecer.
Ya sé, ya sé que ha sido la COPE la que los ha purgado. Pero, ¿hay alguien que se crea que tal cosa hubiera sido posible con la oposición activa de la cúpula del PP? No. Con su indiferencia o su complicidad, sí.