Los complejos de algunos los pagamos todos
En política, los complejos de algunos los pagamos todos. El último ejemplo ha sido el de Garoña. Si Zapatero quiere ir de progre, que se compre una camiseta del Ché, pero que no se comporte como un irresponsable.
Las mujeres estamos cargadas de puñetas; yo no sé si se pueden llegar a llamar complejos, pero la que no está preocupada por su nariz, lo está por sus labios, y a la que no tiene complejo de culo o de piernas, le gustaría tener más o menos pecho. Afortunadamente, los hombres han tomado la senda –digo afortunadamente para fastidiar– y si no, se dan ustedes una vuelta por los gimnasios y me darán la razón. Por suerte, la democracia ha llegado a lo estético y al mundo de los spás y cada uno se soluciona sus complejos como puede, según su capacidad económica y su nivel de renta. Ponerse tetas, que dice la ministra intelectual.
En cambio, en política, los complejos de algunos los pagamos todos. El último ejemplo ha sido el de Garoña. Si Zapatero quiere ir de progre, que se compre una camiseta del Ché, pero que no se comporte como un irresponsable. Además, si el plan para la reconversión de la zona es tan maravilloso, que Leire deje su sueldo de política profesional sin profesión conocida y se vaya a trabajar al Parador, a ver qué tal.
Pero donde el complejo de la izquierda ante el nacionalismo, además de insoportable, nos lo hemos tenido que embaular el resto de conciudadanos, es en el ámbito jurídico-judicial. De forma increíble, pero explicable, el complejo progre ha derivado en que la izquierda ya no sea el garante de la igualdad de todos los españoles, sino que sea el garante de los derechos forales o feudales. Los ciudadanos ya no son iguales por el hecho de ser españoles, sino que dependen del lugar donde viven. Y los territorios ni siquiera son iguales entre ellos, sino que tienen diferentes derechos según la intensidad del nacionalismo. El mundo al revés. La izquierda española es el garante del caciquismo más rancio. La izquierda piensa que cualquier crítica al nacionalismo, por razonable que sea, es propia de la derecha. Como reflexión de alto nivel no está mal.
Como les decía, en el mundo jurídico eso nos ha llevado a una interpretación de la Constitución y de las leyes siempre a favor de los nacionalistas, siempre por juristas de izquierdas. Desde María Emilia a la Ley del Suelo. Por desgracia, juristas de izquierdas como Francesc de Carreras o Sosa Wagner –el profesor de Zapatero– son la excepción o no mandan. Ellos están en contra del estatuto de Cataluña por razones políticas, pero, sobre todo, por razones jurídicas, y son de izquierdas.
Todo esto se lo cuento porque he oído esta semana al ministro Caamaño mostrar su satisfacción por el nuevo estatuto de Cataluña, por el sistema de financiación y avanzando una sentencia que lo dará por bueno, aunque sea de aquella manera. El ministro responde exactamente al patrón que les decía; la izquierda judicial o jurídica como soporte básico del nacionalismo. Y el otro que ha tenido una intervención extraordinaria, ha sido el ministro Gabilondo, dando por buena la ley de educación de Cataluña.
A mí me gustaría que ya que el estatuto es tan bueno y la ley tan nutritiva, los ministros Gabilondo y Caamaño se empadronen en Barcelona y con ellos toda su familia. Luego que nos lo cuenten.
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