Si alguien me requiriese un instrumento poderoso, desde el punto de vista intelectual, para comprender cómo la democracia española se ha convertido en un régimen perverso de carácter populista con el Gobierno de Zapatero, le recomendaría la lectura de la reciente Encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate. Bastaría leer el liberal (sic) parágrafo 43, correspondiente a su capítulo cuarto, para hacerse cargo de cómo los esenciales derechos de una democracia desaparecen ante la creación de nuevos "derechos", legitimados en el Congreso por parte de la mayoría socialista, para satisfacer falsas y arbitrarias reivindicaciones de "amplias minorías", o mejor, masas organizadas por el mismo PSOE u organizaciones afines.
Malvivimos, sí, en un régimen tiránico de "minorías" organizadas por el propio gobierno con el único instrumento de la regla de la mayoría, es decir, no hay otra deliberación que la que se someta a la regla de la mitad más uno; al Gobierno de Zapatero, como en general a todos los gobiernos populistas, no le importan ni las bases institucionales, por ejemplo, la división de poderes, ni menos los fundamentos morales de la democracia. Creo que la mejor critica a ese "modelo" populista de ejercer el poder, en mi opinión, sigue siendo la liberal. En este punto coincido con Benedicto XVI. Es tradicional, pero no por ello menos eficaz, la crítica liberal al "régimen democrático" que por inercia, o sea, por contentar a la masa y al populacho a cambio de su voto, convierte cualquier reivindicación o demanda, sin importarle su grado de racionalidad y universalidad, en un "derecho".
Se trata, de acuerdo con el lenguaje neopopulista de este Gobierno, de crear y extender nuevos derechos, que generalmente se asocian a una ampliación de la "democracia" a los más dispares y disparatados terrenos, incluso en el colmo del mal gusto y, por supuesto, en el límite con los regímenes totalitarios se habla de la "democratización de los sentimientos", sin olvidar la necesidad de democratizar la enseñanza, la justicia o el arte de torear y pintar... Se trata, en fin, de una democracia morbosa. Pervertida no sólo como método sino como idea de convivencia.
Ya nuestro Ortega, por poner un ejemplo de liberalismo español, en la primera década del siglo pasado, utilizó despectivamente el nombre de "democracia morbosa" por un lado, y mostró, por otro, que el liberalismo no tenía otra función que plantear los límites de todo poder público, es decir, los defensores de la libertad aceptan la regla de la mayoría como método de decisión, pero de ahí no se deriva que todo lo sancionado por ella sea bueno. Por el contrario, el intento de democratizar, o sea, de convertir un medio, en este caso el método de decisión, en un fin para resolver problemas que no son propiamente políticos, arruina los derechos fundamentales de la democracia.
Pues por ahí va, en mi opinión, la crítica fundamental que lanza Benedicto XVI contra los neopopulismos, que los profesorcitos de Ciencia Política llaman "democracias hipertrofiadas" o "democracias devaluadas". En efecto, la satisfacción de la reivindicación de "presuntos derechos de carácter arbitrario y voluptuosos", seguramente, conduzcan a ignorar, o peor, violar derechos esenciales en gran parte de la Humanidad. Resulta fácil aplicar a España este pensamiento. Sí, es suficiente comparar nuestras cifras de desempleados con las de cualquier país de nuestro entorno para saber de qué hablamos concretamente, en España, cuando despreciamos al Gobierno de Zapatero, elegido por mayoría, por populista y morboso. ¿Cuántos supuestos "derechos" han otorgado Zapatero y su gente, en estos dos últimos años, sin ton ni son, sin preocuparse, en verdad, del derecho al trabajo que es un derecho fundamental de todos los españoles?
La reflexión del Papa en materia de derechos y deberes es impecable. No me resisto, al menos en este punto, a dejar de transcribir esta cita:
Es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario. Hoy se da una profunda contradicción. Mientras, por un lado, se reivindican presuntos derechos, de carácter arbitrario y voluptuoso, con la pretensión de que las estructuras públicas los reconozcan y promuevan, por otro, hay derechos elementales y fundamentales que se ignoran y violan en gran parte de la Humanidad (...). La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios.