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Florentino Portero

Mis condolencias

El affaire Saiz es el resultado de una combinación entre Zapatero y Bono, las dos cabezas del socialismo español, uno por nombrarle, el otro por no saber echarle a tiempo.

Al fin, abandonado por los suyos y encañonado por la oposición, Alberto Saiz ha presentado la dimisión como director del Centro Nacional de Inteligencia. Era una crisis anunciada tras los escándalos filtrados desde el propio Centro para librarse de un personaje tan incompetente como arbitrario. Nunca una persona con un perfil como el suyo debió llegar a ese puesto. José Bono le nombró con el fin de controlar un instrumento delicado y valioso a costa de bloquear su funcionamiento y crear un ambiente irrespirable. Es otro de los legados de este singular manchego, dispuesto a ensayar entre nosotros un socialismo populista como alternativa al progresista de Zapatero. Tan desastrosa era su gestión que todos dábamos por hecha su salida cuando su mandato expirara. El mandato expiró, pero para sorpresa de muchos, entre los que parece se encontraban Chacón y Rubalcaba, Saiz continuó tras un mano a mano con Zapatero. Nuestro presidente, hombre poco dado al método y al estudio y siempre dispuesto a dejarse llevar por una intuición, decidió darle una nueva oportunidad que resultó mucho más breve de lo previsto, pero inacabable para los que trabajaban a sus órdenes. El affaire Saiz es el resultado de una combinación entre Zapatero y Bono, las dos cabezas del socialismo español, uno por nombrarle, el otro por no saber echarle a tiempo. Si cada uno por su lado suponen un evidente peligro para los intereses nacionales, hay que reconocer que al alimón resultan letales.

El que la dimisión estuviera cantada parece que no llevó a preparar su relevo. Al final, deprisa y corriendo, Zapatero ha echado mano de uno de sus colaboradores más distinguidos, el general Félix Sanz, que se encontraba en La Moncloa para asesorar sobre temas de seguridad y defensa en la preparación de la presidencia española de la Unión Europea. Para quien ha sido jefe del Estado Mayor de la Defensa este nombramiento supone un sacrificio al tiempo que un reconocimiento. Sacrificio porque tendrá que entrar en una casa que no es la suya; con la que ha mantenido unas relaciones malas por los inconvenientes que sistemáticamente ha puesto el CNI al desarrollo del CIFAS, la inteligencia militar; y en un mal momento, con agentes dolidos y enfrentados tras años de gobierno arbitrario y, como es fácil de imaginar, con la moral por los suelos. Reconocimiento, por cuanto su profesionalidad y lealtad son los avales que han llevado al presidente a situarle en puesto tan delicado. El paso por el CNI puede que no aporte nada relevante a su carrera, pero a nadie se le ocultan los malos tragos que le esperan hasta que consiga poner la casa en orden.

Ésta, como tantas otras, es una crisis gratuita que se hubiera evitado si Bono y Rodríguez Zapatero hubieran actuado con un mínimo de responsabilidad, pero es evidente que eso no es lo suyo. Un centro de inteligencia es siempre un organismo delicado que requiere para su dirección de personas de cierta talla y formación. No nos debe sorprender que llegado el desastre y a la vista del banquillo disponible, el presidente haya tenido que echar mano de un general en la reserva con larga experiencia en asuntos internacionales. Bien está que se prime la profesionalidad a la injerencia política.

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