Desde hace apenas unas horas, la prosaica orden administrativa que prohibía utilizar el español como herramienta docente en Cataluña ha sido promovida al solemne rango de ley formal. Lo que nunca se atrevió a hacer Pujol, elevar a la dignidad de mandato parlamentario la sorda persecución del idioma que fue común, acaban de consumarlo sus genuinos herederos, los nacionalistas con mácula pero sin complejos del PSC. Se acabó para siempre, pues, tanto aquella mísera tercera hora de castellano jamás impartida, como la muy teórica potestad de reclamar instrucción primaria en la lengua materna; también, huelga decirlo, toda esperanza. Así, a partir de ahora, el español gozará de menor consideración jurídica en las aulas de Montilla que el urdú o el árabe, idiomas ambos de uso reconocido y amparado por la Generalidad, si bien en horario extraescolar. En la práctica, no obstante, nada nuevo.
Curioso, desconcertante laboratorio de experimentación sociológica, la Cataluña posconstitucional del Tripartito. La mitad de la población se presta dócil y gustosa a aculturizarse, renunciando de grado a su propia lengua en pos de una quimérica lengua propia. Al punto de que algunos parecen ansiar la diglosia con idéntico fervor que los islamistas el martirio. Es el peaje histórico que los hijos se creen llamados a pagar por el pecado de los padres: haber "desnacionalizado" la tierra prometida con el fatal injerto de su gramática parda durante los años sesenta del siglo pasado. Imposible comprender la alegre impunidad electoral de los liberticidas sin saber de esa patología colectiva.
A su vez, la otra mitad del censo, no menos enajenada si cabe, pretende que sus vástagos sabrán mantenerse inmunes y ajenos a esa lógica oculta que explica el uso social de todas las lenguas que en el mundo han sido, a saber, la necesidad. Autistas, contemplan indiferentes el exilio forzado del castellano, en la absurda, pueril certeza de que el mercado no acabará por imponérselo de grado o a la fuerza. De ahí que, pobres víctimas de sí mismos, algunos ya reclamen el derecho a "vivir plenamente en catalán". Algo así como el equivalente gramático a, en nombre de la libertad, exigir un paisaje urbano limpio de negros, judíos y gitanos.
Curioso, desconcertante pabellón de reposo.