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Alberto Acereda

Entre la hipocresía y la lujuria

En estas cosas de la infidelidad y de la hipocresía reconozcamos que no valen los colores ni los partidismos. El engaño es el mismo y, lamentablemente, está generalizado. Y en esto no vale ni ser republicano, ni demócrata, ni de izquierdas, ni de derechas

Uno siempre ha creído que el dinero no corrompe y que es, en cambio, el poder el origen de la fatídica acción humana de corromper las cosas, sobre todo de los principios y valores. Si al poder se le une la infidelidad y la lujuria, el caos está asegurado. En la política, poder, lujuria e hipocresía son las tristes monedas de cambio cotidianas, más allá de partidos concretos, geografías y culturas. En ese enredo ha caído un político norteamericano al que hasta ahora habíamos valorado muy positivamente: el gobernador del estado de Carolina del Sur, Mark Sanford. Republicano de talante libertario, su nombre entraba en todas las listas para aspirar a la Casa Blanca en 2012. A partir de hoy, es muy posible que Sanford sea ya pieza de museo para la política.

Durante esta última semana, Sanford había estado en las portadas de los medios por su paradero desconocido. A mitad de semana supimos, por confesión propia, de un viaje secreto a Buenos Aires así como de una relación extramatrimonial con una mujer argentina separada. Al compás de algún tango de Gardel, la tal "María" debió volver loco al gobernador en las noches del barrio de Palermo. Al final, el escándalo es el triste anuncio de una muerte anunciada para la carrera política de Sanford. A su lado quedan mujer y cuatro hijos y una carrera que prometía mucho para el Partido Republicano pero que queda ahora hecha añicos por su propia acción.

 
Dice Sanford que la "amistad" con la porteña María comenzó de "manera inocente" ocho años antes y que pasó a "algo más" en el último año. Desde entonces, Sanford ha mantenido una aventura extramatrimonial de la que su familia tenía conocimiento desde hace cinco meses. Se han publicado ya los intercambios de algunos correos electrónicos entre los amantes, textos bastante narcisistas e ingenuos por parte del gobernador. Como era de esperar, los medios de comunicación favorables a Obama y al Partido Demócrata se frotan las manos ante lo que califican de hipocresía política por parte de Sanford al defender ideológicamente, por un lado, los valores de la familia y la santidad del matrimonio, y por otro, en la práctica, lo contrario. Lo de Sanford sirve así para atacar al GOP y salvar los muebles en la casa propia.

Hay quien juzga que la vida privada de un político no debe mezclarse con la vida pública. Quizá eso sirva para los agentes de la progresía, pero no para los conservadores norteamericanos. En este caso, además, los gastos y viajes a Buenos Aires no salieron del bolsillo personal de Sanford sino del erario público. La admisión personal de esta aventura tiene lugar tan sólo dos semanas después de que otro político republicano, el senador por el estado de Nevada John Ensign, admitiera también otro "affaire" amoroso, o sea unos cuernos en toda regla a la otra sufrida esposa. Ensign dimitió de su cargo como presidente del Comité de Políticas de su partido, el cuarto puesto más importante de la formación republicana en el Senado. Como Sanford, Ensign era considerado un posible candidato para las presidenciales de 2012.

Entre Sanford y Ensing, los demócratas andan de enhorabuena. Pulverizan y monopolizan estas noticias en todas las portadas de los medios y canales de televisión afines para quitarle a Obama el peso de su mala gestión y su notable descenso en las encuestas de apoyo ciudadano. Los cuernos de don Friolera –como en la grotesca pieza de Valle-Inclán– sirven también de escudo a los demócratas para las crecientes dudas que Obama está mostrando en el campo internacional frente a Corea del Norte y ante la dictadura de los ayatolas en Irán.

Tocados y casi hundidos Sanford y Ensing, la realidad de los hechos hay que mirarla a la luz de la historia. Y bien mirada, es fácil darse cuenta de que los demócratas tienen mucho que callar en estos asuntos de faldas y meneos a escondidas. Justo el año pasado, notable fue el escándalo sexual con una prostituta de alto vuelo que acabó con una de las figuras políticas más pujantes entre los demócratas: el gobernador por Nueva York, Eliot Spitzer. Si Sanford se enamoró de la Evita María de Palermo, Spitzer anduvo al margen de amores y cariños y se lio a calzón quitado y pagando buenos dólares a la prostituta más alegre, joven y fina del condado.

Por si esto fuera poco, sólo unos meses después, tras renunciar a la carrera presidencial por los demócratas, el ex senador por Carolina del Norte, John Edwards, también tuvo que admitir una relación extramatrimonial. En su caso, teniendo a su esposa atacada por un cáncer y con la sonrisa disimulada para intentar aún obtener la nominación a la presidencia por los demócratas... A estos que andan ahora lapidando a Sanford habría que recordarles la larga lista de políticos adúlteros entre los demócratas sólo en los últimos años: Tim Mahoney, James McGreevey, Daniel Inouye, Gus Savage, Mel Reynolds, Ted Kennedy, Gary Condit, Henry Cisneros, Gerry Studds, Barney Frank, Brock Adams, Fred Richmond, John Young, Wayne Hays, Gary Hart, Jesse Jackson, Antonio Villarraigosa, Gavin Newsom... Algunos de ellos siguen en la vida política, como si nada.

Para los demócratas, incluso para presidentes como John F. Kennedy o Bill Clinton, lo de ejercer de adúlteros era parte del currículum. Parecería que hasta se ganan puntos entre los demócratas por estas infidelidades y aun se perdonan estas cosillas a los de su bando... No ocurre así con los republicanos. A fin de cuentas, la mentira es la misma y la lista también podría ampliarse entre los republicanos. Pero en estas cosas de la infidelidad y de la hipocresía reconozcamos que no valen los colores ni los partidismos. El engaño es el mismo y, lamentablemente, está generalizado. Y en esto no vale ni ser republicano, ni demócrata, ni de izquierdas, ni de derechas. Debería contar e importar sobre todo la honradez de quienes sirven como representantes a la ciudadanía porque el honesto servicio político es trasunto de la acción personal de cada uno.

El problema es que los republicanos se asustan, cuentan todos los detalles y hasta lloran en público, como ha hecho Sanford a su vuelta de Argentina. Por eso, los mismos medios que ya están echando tierra sobre Mark Sanford son los que perdonaron los gozosos lamparones blancos de Clinton en el vestido azul de la Lewinski. Los republicanos deberían espabilar, obrar con corrección y dar ejemplo. Deberían saber ya a estas alturas cómo funciona este tinglado y cómo se vende con doble rasero en los medios de comunicación esto de la hipocresía y la lujuria.

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